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Los extremeños se tocan

A Pedro Muñoz Seca se le ocurrió ese título para una de sus comedias, aun cuando se estrenase como opereta en tres actos pero sin música, y que me perdonen los extremeños que les meta en éste fregado, y es que en ocasiones pareciera que esos extremos, como en la obra del autor del Don Mendo, no solo se asemejan sino que además se retroalimentan. Los que tendemos a observar lo que sucede en estos días de agobio político en nuestro derredor casi percibimos que algunos parecen estar haciéndole la campaña a sus acérrimos enemigos. Recuerdan ustedes cuando se comentaba por ahí que la intransigencia de Madrid era la causa del aumento de independentistas, pues usen ustedes el mismo argumento y consideren si no será que la mejor ayuda que pueda tener alguna derecha, más moderada o alguna más extrema en las próximas elecciones, la que les está siendo donada por algunos del extremo contrario que se dicen antifascistas/antiespañolistas. Es como si los unos no pudieran vivir sin los otros.

Pero ya no es lo malo que las alas político-sociales más alejadas de un hipotética moderada centralidad se afanen en dar mayores viabilidades a sus, en apariencia, más fieros adversarios, sino que todavía empeora la cosa. El ciudadano común se ve en la tesitura de que ahora si no se manifiesta perteneciente a uno de esos extremos automáticamente pasa uno a ser del otro, así, sin anestesia. Es la negación del matiz, la elevación a los altares del blanco o negro. Decía Borges que existían comunistas que sostenían que ser anticomunista era ser fascista, y que eso era tan incomprensible como decir que no ser católico era ser mormón.

Ese especial culto al dilema se está dando con inusitada virulencia en esa Cataluña revuelta que tenemos todos los días en las noticias, donde ya se dan peleas callejeras entre radicalidades ideológicas. También allí los extremos intentan que se escuchen sus palabras al tiempo que acallan las palabras de los otros. Se pretende silenciara a la prensa a la que se acusa de manipuladora por parte de algunos cuando en el Palau de Sant Jaume pende una pancarta defendiendo la libertad de expresión, paraguas que tal parece no priva de la lluvia de objetos sobre los cámaras y los portamicrófonos lanzados por los que dicen pertenecer a la misma línea que la del "pancartero" mayor. Algunos vocingleros olvidan con alegría que no puede defenderse la libertad de expresión propia si antes no se permite y hasta se promueve que el que no piensa como uno pueda expresarse con igual libertad; que no existe la libertad de manifestación si no se respeta la libertad a no manifestarse, que no existe el derecho a la huelga sino no se le contrapone el derecho a no hacerla. Que no puede hablarse del respeto a los más elementales derechos de la ciudadanía haciendo añicos esos mismos derechos de parte de esa ciudadanía a la que se dice representar.

Esa especial mezcla coctelera, en la que se baten la defensa de los dichos derechos de unos con la negación del derecho de otros, aderezada con largas raciones de incomprensión y odio, a la que se añade eso tan manido de lo de la voluntad popular (los crímenes que se han cometido a lo largo de la historia, en el nombre de la libertad y de la religión nos son menos que los perpetrados en el nombre del pueblo), ha llevado a los últimos eventos acaecidos en Barcelona, pero también en otros lugares de la geografía catalana y, para desgracia de todos, televisados a todo el mundo. La resultante no es otra que ese especie de tiro en el pie de imagen pero también de economía, que parece estar pegándose Cataluña con la pistola de la radicalidad vandálica. Me pregunto si los botarates incendiarios, los de obra y los de palabra, habrán calculado cuántos centros de mayores, cuántas aulas escolares, cuántas viviendas sociales, etc, habrían podido ser una realidad en Cataluña con los dineros que estas algaradas le habrán costado, y le costarán, a la economía y a la sociedad catalanas. ¿Quién roba a quién?

Pero tal parece que algunos consideran que es mejor aquello de 'cúmplase lo que quiero y perezca el mundo', lo malo es cuando esos algunos tienen en sus manos la potestad de mover voluntades. Nada nuevo por otro lado. La táctica de la tierra quemada viene siendo utilizada desde antiguo por el autodefinido como homo sapiens, y no lo digo sin ironía. Ya Heródoto hace referencia a su utilización por los escitas en su guerra contra los persas, allá por el 513 a. C., y después de aquello la idea ha sido reutilizada a conciencia por diversos personajes, con éxito variado. Pero claro, el objeto de ésta táctica siempre fue la de privar al contrario de medios para su provecho, pareciera que en algunos lugares de Cataluña se ha dado un paso más allá, ahora la táctica de tierra quemada se utiliza para fastidiar a la ciudadanía catalana y para afear la faz de la catalanidad ante el mundo. Qué error y qué pena. Aquel Ghandi, al que tanto quieren algunos parecerse sin conseguirlo, mantenía que el ojo por ojo solo da como resultado un país de ciegos. Pues eso.

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