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Antonio Papell

La desbandada

Hoy, 11 de septiembre, la Diada congregará a gran número de catalanes, algunos a celebrar festivamente su pacífica identidad, otros a reivindicar su fiebre separatista. Lucirán una camiseta de la organización convocante, la Assemblea Nacional Catalana (ANC), y la fotografía de la Plaza de España, centro de la concentración, y de las calles adyacentes -la Creu Coberta, Tarragona, Gran Via, Paral·lel y Maria Cristina- ofrecerá una visión apoteósica de aparente unidad.

En efecto, el neoconvergente Puigdemont, huido a Bélgica, y la republicaba Rovira, escapada a Suiza, han comparecido juntos en un vídeo llamando a la participación. El pasado miércoles, la presidenta de la ANC, Elisenda Paluzie, y el vicepresidente de Òmnium, Marcel Mauri, comparecían juntos para demostrar la "buena sintonía y "conjurarse para liderar el independentismo civil en esta nueva etapa que ha de llevar a la culminación del proceso de autodeterminación de Cataluña".

Pero la realidad es bien distinta: en lo tocante a la manifestación de hoy, la ANC ha inquietado a muchos soberanistas democráticos que han visto como una entidad privada, asamblearia y falta por completo de cualquier legitimidad, pretendía ponerse al frente de la voluntad popular, en una tentativa de negar la política como tal y los partidos como principales vehículos de la representación popular (la Constitución dixit). Por otra parte, y aunque ya estaba clara la defección del PSC, que no iba a sumarse a semejante aquelarre, no se esperaba la ausencia de los Comunes, hartos de manipulaciones. Ni era previsible que amplios sectores de la propia ERC se hayan distanciado de esta convocatoria. Ni siquiera cabía imaginar que los CDRs dijesen a Torra que no será bienvenido a la celebración.

En el fondo, esta radicalización es lo que pretendía la nueva ANC, guiada por Elizenda Paluzie, atenta a las instrucciones de los CDR de Cataluña central, los más activos: "el tiempo de las coreografías se ha acabado y buscamos la efectividad del resultado del 1-O". A su entender, los partidos políticos se han sometido y se han rendido, por lo que los comités exigen "un paso al lado o atrás a todos aquellos miembros cobardes y traidores de partidos que hacen pactos con los del 155 solo por conservar la silla y el poder. Les exigimos a aquellos que todavía guardan vicios convergentes, apartarse, y a ERC también, para no caer otra vez en la vergüenza que supuso hacernos pasar por las miserias del Tripartito". Y la diatriba acababa con una amenaza en toda regla: "Dimitid o la historia os hará dimitir". Inmediatamente, la ANC pedía que no se pactase con partidos que no fueran netamente independentistas y su presidenta reivindicaba la unilateralidad como única vía para llegar a la independencia. Días más tarde, la ANC resolvía no invitar a los partidos políticos a la cabecera de la manifestación del 11-S.

En definitiva, y como ha diagnosticado algún caracterizado observador de la realidad catalana, la desbandada ha comenzado, y la sentencia del 1-O no hará más que confirmar que raudales de realismo se han cernido sobre la política catalana, donde Esquerra Republicana, con Junqueras y Torrent al frente, ya plantean elecciones autonómicas cuanto antes, en tanto el desacreditado president Torra y el titiritero que lo controla, Puigdemont, apuestan por un gobierno de concentración y por el retorno a la vía unilateral, al secesionismo romántico y destructivo que nos ha traído hasta aquí.

Así las cosas, todo indica que estamos al final de un camino muy marcado por los sucesos de octubre de 2017, que se agota en sí mismo con esta convocatoria, a la que el soberanismo social acudirá por inercia, para no entrar en contradicción consigo mismo -el nacionalismo acusa con dureza de traición a quien no se suma a su causa, y no es fácil inmolarse-. Pero será difícil ocultar una gran decepción a quienes han estado en esta aventura de buena fe y se han percatado del gran engaño. Salvo los huidos, que no tienen la posibilidad de moderarse (el regreso les supone el ingreso en prisión), gran parte de ERC y sectores relevantes posconvergentes han dejado hace tiempo su juvenil espíritu revolucionario y han ingresado felizmente en la edad de la razón.

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