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Matías Vallés

Al Azar

Matías Vallés

Las piscinas de Deià

Mi comentada aversión hacia los ecologistas se inicia en los años ochenta. Me convocaron a una rueda de prensa medioambiental, y me trasladaron a ella montado en un coche con más caballos que todos los vehículos que he conducido desde entonces. Con el tiempo, he verificado que una proporción destacada de los dirigentes verdes viven en auténticos paraísos. La protección del entorno está sintetizada en la preservación de su paisaje, tienen demasiado que perder para confiar a ciegas en la bondad de sus propósitos.

Mi caída definitiva del caballo verde tuvo lugar con una mujer, pero por cuestiones estrictamente laborales. Fuimos a entrevistar a una comprometida lideresa medioambiental, en su finca situada en los alrededores de Deià. La belleza del entorno me impidió comprobar si los asertos poéticos en defensa del territorio mallorquín se cumplían en la vivienda. Tras el discurso inapelable, llegó el momento de las fotos, y propuse a la apóstol que las tomáramos junto a la piscina de rusticidad deliciosa. Se le erizaron los cabellos:

-No, que la piscina es ilegal.

En esto pienso al enterarme de que Deià recibe agua corriente portátil mediante camiones, hasta que los ecologistas habiliten bicicletas aguadoras. El ayuntamiento difunde normas chiripitifláuticas de ahorro, recomendando la conservación del líquido de la ducha para limpiarse los dientes, antes de bebérselo para apaciguar la sed. Mientras se exige el contorsionismo a los usuarios, las cada vez más abundantes piscinas seguirán desecando al municipio y, como vemos, ni siquiera están registradas como tales. La sequía se extiende a toda Mallorca pero no conozco ni un solo proyecto, desde la acogida masiva de inmigrantes a la recepción también voluminosa de turistas, que no suponga un crecimiento urbanístico y demográfico. El agua será la misma. O menos, pero Dios proveerá.

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