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Jose Jaume

Desde el siglo XX

José Jaume

En Marivent se anuncian elecciones

Los dioses de la fortuna, ayudados por los que rinden tributo a la irracionalidad, están en situación de soslayar lo que se da por inevitable: el 10 de noviembre a vérselas con las urnas

Pedro Sánchez ciega el espacio a las salidas al bloqueo institucional que lleva un lustro constriñendo a España. Así estamos desde el momento en el que un gobernante diletante, a lo Leopoldo Calvo Sotelo, incapaz de atreverse a intentar desencallar el atasco, Mariano Rajoy Brey, insolente e insensato, se atrevió a rechazar el encargo del Jefe del Estado de intentar la investidura. En aquel momento, 2016, la crisis política española entró en un espacio desconocido. La Segunda Restauración, la formalizada por el rey Juan Carlos, al finiquitar formalmente la legalidad institucional franquista, zozobró, al igual que lo acaecido con la primera Restauración unos años antes, muy pocos, de que sucumbiera ante el pronuncimiento militar del capital general de Cataluña Miguel Primo de Rivera en septiembre de 1923. Cien años, con República; espantosa guerra civil, la peor dictadura de cuantas han padecido los españoles, y cuatro posteriores décadas de estabilidad un tanto artificiales desembocan en otro atolladero que se teme de dificultosa resolución.

¿Por qué que la coalición PSOE-Podemos naufraga? ¿Qué sucede para que devenga en inverosímil un pacto PSOE-Ciudadanos, que nacería dotado de una solvente mayoría absoluta? Las respuestas parecen simples; no lo son: todavía resuena, con qué fuerza, la exclamación desolada un socialista democrático, Fernando de los Ríos, en el primer tercio del pasado siglo, al escuchar escandalizado hasta los tuétanos la afirmación de Lenin: “libertad para qué”. Fue la génesis de la irreversible ruptura entre el socialismo democrático, el PSOE, y el comunismo. Pablo Iglesias es, junto a sus pretorianos, además de peronistas, entendidos como políticos ausentes de lealtad hacia el adversario o el coaligado, los comunistas de siempre. Su admiración por Julio Anguita, leninista ribeteado de estalinismo, exime de mayores precisiones. El PSOE, de notorias carencias, múltiples renuncias, pero siempre fiel a sus orígenes: la socialdemocracia. Un partido que no transige con los comunistas, que un día hicieron la pirueta de hacerse eurocomunistas. Santiago Carrillo, biografía tremebunda en la Guerra Civil, artíficie principal en la Transición y amigo del rey Juan Carlos, fracasó al querer implantarlo en España. Tuvo delante al estadista de más talla que ha dado el siglo XX en España: Felipe González. Pablo Iglesias creyó poder hacer lo que Carrillo no logró: apiolar al PSOE, fracasó por poco. Ahora es tarde. Su tiempo ha pasado. Al bloquear nuevamente la investidura de Sánchez no deja de ser fiel a su biografía política: un comunista no facilitará las cosas a un socialista. Lo de la moción de censura fue una extraña, esa sí, impensada pirueta del destino. Los exabruptos de Echenique, estalinista sobrevenido, levantan cumplida acta. Sobran razones a Pedro Sánchez, un hombre que se lo juega todo a presuntas cartas perdedoras, y de ser necesario volverá a hacerlo, anuncia en Marivent la sideral desconfianza que siente hacia Podemos, por Pablo Iglesias y esa otra que no hace ascos a las purgas, dura como perdenal, que es Irene Montero. Los errores se pagan. Creyeron obtener más de lo que se le daba.

La chulería de Albert Rivera, barriobajera a lo Matteo Salvini, el neofascista viceprimer ministro italiano, es otra de las líneas de fractura de la política española. Ciudadanos pudo ser el eje sobre el que girara la institucionalidad española. Un partido nítidamente liberal, ribeteado de adherencias progresistas, capaz de llevar de una vez por todas a la derecha a un lugar más templado, menos arisco, emancipada de los anclajes confesionales, reaccionarios, de los que no es capaz de deshacerse. Ha hecho lo contrario: le regala poder institucional que había perdido en las elecciones salvándolo del hundimiento; y lo incomprensible: se ha enfeudado en su liderazgo. Rivera colapsa un artilugio prometedor.

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