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Antonio Papell

El rifirrafe de la izquierda

Pedro Sánchez y sus conmilitones harían bien interiorizando con humildad una lapidaria y certera afirmación de Iglesias: si el PSOE no hubiera cometido errores, Unidas Podemos no existiría

Es perfectamente inteligible la resistencia del PSOE a formar una coalición con un grupo político que también ha de calificarse forzosamente de izquierdas pero que está muy alejado de las fibras socialistas fundacionales. Como ha recordado Sánchez, el PSOE es una venerable formación de 140 años de vida que ha contribuido decisivamente a la historia de este país -con zonas de luces y de sombras, obviamente- y le cuesta mezclarse con jóvenes advenedizos que pretenden enmendar la plana a sus mayores. Pero frente a la tentación de hacer valer este criterio, Pedro Sánchez y sus conmilitones harían bien interiorizando con humildad una lapidaria y certera afirmación de Iglesias: si el PSOE no hubiera cometido errores, Unidas Podemos no existiría. Si así se hiciese, resultaría más fácil digerir el sapo de la coalición con un partido menor que -digámoslo claro- no merece, a juicio de sus compañeros de viaje, los honores de compartir el consejo de ministros.

Muchos veteranos observadores de la realidad política de este país sabíamos perfectamente de la existencia de este recelo ontológico del PSOE hacia las demás formaciones que le disputan el espacio político de babor, pero -a la fuerza ahorcan- creíamos que los socialistas había superado este complejo de superioridad, que en muchas ocasiones ha estado justificado (en otras, hay que recurrir a lo del tupido velo). Pero Sánchez no sólo no había superado aquella instintiva resistencia sino que la exhibió con punzante procacidad durante toda la primera sesión de la investidura. "Disimule un poco", le dijo a modo de reconvención Iglesias cuando le afeó la insistencia en la reforma del artículo 99 -una prueba de que le producía sarpullido la coalición- y la pertinacia en la reclamación de la abstención a Ciudadanos y al Partido Popular. Irónicamente, Iglesias llegó a rogarle a Sánchez que no formulara la misma petición a Vox.

El debate encrespó, en fin, los ánimos, y si al comienzo cundía la sensación de que este jueves habría gobierno al superar Sánchez la segunda votación, aquella en que sólo precisa mayoría relativa, al terminar el lunes el rifirrafe entre Iglesias y Sánchez la inquietud era general: todo puede ocurrir. Y, de hecho, la incógnita, con sesgo negativo, se mantendrá hasta la hora de la verdad. Cuando la realidad es que el dilema podría resolverse en un rapto de voluntad política por ambas partes.

La disyuntiva es obvia: o PSOE y UP consiguen una fórmula de colaboración, o elecciones. En teoría hay muchas fórmulas cooperativas pero UP ya ha dicho que exige la coalición, y está en su derecho puesto que a).-es una fuerza decisiva para gobernar y b).-ha obtenido la mitad de los votos y la tercera parte de los escaños que el PSOE. El PSOE puede intentar que su potencial socio acepte otras fórmulas -pacto de investidura, pacto de legislatura, etc.- pero no puede legítimamente encastillarse. Entre otras razones, porque no tiene el derecho a generar más inestabilidad sin un motivo de muchisímo peso para ello, algo que evidentemente hoy no existe: no sería ninguna tragedia para el PSOE que el partido hubiera de pasar por las horcas caudinas de una coalición con UP.

La hipótesis de unas nuevas elecciones genera una incertidumbre que la gente de izquierdas, que hoy se siente satisfecha porque dispone de la mayoría política, no se merece. Y pese a lo digan las encuestas, no sería raro en absoluto que la incapacidad para gestionar dicha mayoría desmovilice a la izquierda, por pura irritación y por hartazgo de tanta politiquería. Además, el apelar nuevamente a las urnas supone despilfarrar todo el segundo semestre del año, con lo que el país sobrepasaría los cuatro años de inestabilidad y caos desde las elecciones de diciembre de 2015 de las que arrancó el inmanejable proceso posterior. La bonanza económica de que disfrutamos no está a cubierto de vendavales y es cada vez más claro que sin las oportunas reformas, este país se puede ir al garete. En estas circunstancias, la gente apela al sentido del Estado de quienes deben demostrarlo. Si no lo hacen, se abatirá una general decepción.

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