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El hipoliderazgo de Més

Més no va camino de la autocombustión operática, sino de la irrelevancia. El fin de su mundo no será un estallido, sino un gemido. Puede repetirse el lema de la población alemana en 1943, "disfrutad de la guerra porque la paz será terrible". El atentado suicida montado por los ecosoberanistas, que obliga a sus líderes a mirar debajo del teléfono móvil antes de ponerlo en marcha, solo demuestra que el golpe de Estado se gestionó peor que las negociaciones del Pacto. La pirotecnia nos va acercando al meollo del artículo.

Los hiperliderazgos son peligrosos en política, según demuestran la ebriedad de Albert Rivera y el chalé de Pablo Iglesias, pero los hipoliderazgos son todavía más letales. Iba a mencionar a Pablo Casado, pero no hace falta. De la crisis autoinfligida de Més opinaban unos esotéricos coordinadores, un exvicepresidente, la futura vicepresidenta, un portavoz espontáneo, el diputado, un histórico, la manada de dinosaurios y algún cuñado. Ninguno tenía la menor idea de la situación, y sumados no alcanzan la talla de un cabo furriel. Los ecosoberanistas no se extinguen por autoritarismo, sino por un déficit de autoridad.

Ya saben que ahora viene el célebre interrogante atribuido a Kissinger, eficaz aunque apócrifo, "¿a quién llamo si quiero hablar con Europa?" Nadie conoce tampoco el teléfono de la izquierda autóctona, que disuelve en oscuros cenáculos las resoluciones de su asamblea. Los atenienses deliberantes de Més se hallaban en franca desventaja frente a los persas imperiales del PSOE. Hasta que de la part forana llegó Alejandro. En la cantera nacionalista debe existir una Alexandra veinteañera, dispuesta a reconquistar la isla con un asomo del coraje que sus antecesores han empeñado. Ejercerá un liderazgo a caballo o hipoliderazgo ejecutivo. La alternativa es el anonadamiento de Més, que les ahorrará a ustedes artículos como éste. Sé que lo están deseando.

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