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Norberto Alcover

En aquel tiempo

Norberto Alcover

De Fernando a Greta

Hace unos diez años y en Madrid, escuché los comentarios de un compañero jesuita sobre su experiencia amazónica. Éramos un grupo de personas cultas, viajadas y en general inteligentes, pero nos quedamos sin palabras al invadirnos tal grado de radicalidad y valentía, humana y evangélica, personificadas en aquel hombre enjuto, de larga melena, con pendientes y colgantes, ese aspecto que tanto nos gusta en la iconografía de los santos y de los héroes. Por primera vez sentí el escozor de la "injusticia medioambiental", mucho más peligrosa que otras más al uso. Y en un momento dado nos espetó que muy mal andábamos de conciencia ética y ecológica para desatender los problemas de la Amazonia: "Se están ustedes suicidando". Al cabo de unos días, retornaba a sus comunidades fluviales, a su lucha contra las grandes empresas madereras y, sobre todo, a la proclamación de un Evangelio de justicia, de libertad y clave para la defensa de los derechos humanos. Las imágenes que nos proyectó de inmensas zonas amazónicas completamente aplanadas por las máquinas, nunca se han diluido en la memoria. Se llama Fernando López Pérez, un canario brasilizado.

A la vez, sobrevino la invasión del ecologismo, incluso merecedor de un texto excelente del papa Francisco, las reuniones internacionales sobre el destrozo del planeta, la expresión "casa común", las manifestaciones de jóvenes, y sobre todo jóvenes, en tantos lugares del mundo, las conquistas políticas de los verdes, siempre con la sensación de que estábamos luchando por la conquista de una tierra imposible: ¿qué hacer contra las grandes multinacionales madereras? Se gritaba y se grita sin conseguir grandes cosas, si bien algo inquieta nuestra conciencia. Los plásticos entre otras cuestiones. Y apareció ella. Greta Thumberg.

Escribo de una adolescente de 16 años, nacida en Suecia, aquejada del Síndrome de Asperger, hundida en una depresión profunda que la apartaba de las demás compañeras, y que de pronto, toma conciencia del cambio climático que se le está viniendo encima, y se planta ante el parlamento sueco, solita ella, con una pancarta que decía: "Huelga estudiantil por el clima". La primera mañana tuvo poco éxito, pero a medida que pasaban los días, se agregaban otros jóvenes, ellas y ellos, con más pancartas y que ya gritaban. En la actualidad las universidades e instituciones se la rifan para que hable en sus aulas, y comienzan a lloverle premios y reconocimientos internacionales. Greta se nos ha metido en el corazón, pero no menos ha perforado nuestra apatía sobre el cambio climático en aumento.

En octubre, del 6 al 27, tendrá lugar el sínodo de la Iglesia católica para la región panamazónica, con participación de obispos, sacerdotes, religiosos/as, laicos y laicas, que conocen muy bien el lugar, además de expertos internacionales. Lo ha convocado el papa Francisco, consciente, tras el texto comentado, de que estamos ante un problema de calado histórico para individuos y para la tierra entera. Pero es que, además, desde un punto de vista evangélico, significa el posicionamiento evidente de la Iglesia a favor de los indígenas que están siendo masacrados, y del planeta en su radical integridad. Una de las decisiones más significativas de un papa cada vez más respetado o, por el contrario, más censurado. Cada uno sabrá dónde se sitúa al respecto.

Pues bien, me siento orgulloso de haber escuchado en su momento a Fernando y ahora descubrir a Greta, porque, de uno a otra, tan diferentes entre sí, discurre el camino necesario para encarar una tormenta global que puede acabar por engullirnos, sin que sea exageración. Será lentamente, pero sin descanso. El nivel del mar aumenta. Los grandes glaciares se desmoronan. El clima se altera. La suciedad invade nuestros mares, con graves consecuencias para la pesca. El plástico se convierte en auténticas islas marítimas. Contaminamos cada vez más. Todos sabemos que es verdad. Comenzamos a reaccionar. Pero lo más doloroso es que está en juego un estilo de civilización, basada en el tener sin límite, y hasta una cultura del "no mirar", cada vez más extendida en función de una frase emblemática: "Yo hago lo que me da la gana". Y los mismos jóvenes que pronuncian la frase son, Enel colmo de la ironía, quienes más luchan para detener este paroxismo inquietante.

Ya me gustaría que personas como Fernando y como Greta se dejaran caer por Mallorca. Sería un detalle impagable de nuestro instinto de conservación.

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