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Ramón Aguiló

Escrito sin red

Ramón Aguiló

El debate

Uno se las prometía felices con el debate. Ahí es nada, contemplar en directo una refriega entre la hermosa jovencita de deliciosa sonrisa y espléndida melena con volumen que aparecía en los carteles electorales, la sirena de la inmersión lingüística, la confesora de Torra, la Jezabel de las cariátides tribales y el comeniños de Asaja, el escenógrafo de las movilizaciones tractoriles contra la izquierda totalitaria, el superviviente, a base de langosta y champán, pectorales al viento, del páramo reseco de Cabrera, el emboscado de las redes sociales, el embozado Judas Iscariote de Sant Joan. Nada peor que tener altas las expectativas. Quien apareció representando los valores de la izquierda, en vez de la sonrisa insultante de la juventud prometida, enseñaba una mueca, la cabellera derrotada, los ojos cansados, la faz abotargada. El campeón de la astucia, la daga goteando sangre aún tibia, se presentó cual San José Obrero a falta de un cayado florido, huérfano de la maldad de Marga Prohens, esta Gorgona que te petrifica el alma con su mirada inhumana; quizá, en lugar de americana y corbata, un hábito franciscano habría conjugado más con su amor a las bestias del campo, como la Xylella fastidiosa, la némesis del agro mallorquín, su reino de la tierra media.

El intercambio de golpes se mantuvo durante todo el debate con una Francina insegura, tensa, incómoda sin su claque, que leía de corrido con su verbo martilleante de apparátchik, apodíctico, un rosario de supuestas maravillas realizadas merced a la conjunción astral socialista-nacionalista-podemita. Que si 100 millones habían generado crecimiento económico; que si tropecientos proyectos en marcha en vivienda; que si recuperación de 100 millones de grandes tenedores; que si 400 millones en poner al día la red de agua en alta; que si el 75% del descuento de los viajes; que si el éxito del REB; que si la paz educativa; que si la apuesta por la igualdad, la política de género, la atención sanitaria universal, la política LGTBI; que si van a hacer gratuita la educación de 0 a 3 años, etc. A todo lo cual aplicaba contundentes remoquetes Company. Que si cero en movilidad, en atasco permanente; que si vertidos de fecales al mar en verano; que para doblar el número de viviendas de Armengol bastaba hacer una (lo cual es falso: el doble de cero no es uno, es cero); que si el REB era puro humo; que la economía al 2% estaba en declive; que si había priorizado la lengua sobre la calidad sanitaria; que si con 4.000 millones más han contado con 122 barracones como aulas; que no ha hecho nada en Son Dureta, etc. Aquí Armengol, sin Negueruela apuntando algo, lo que sea, acudió a lo más socorrido: ante un Company que se le había subido a la melena, decidió el mejor contraataque: pasó del me too al y tú más, aludiendo a la época de Bauzá cuando Company ejercía de conseller. Bauzá cerró hospitales, echó a la calle a 1.400 sanitarios; Bauzá vendió un solar público para viviendas y hoy es un hotel; que si las depuradoras estaban paralizadas; que si iban a pactar con Vox como en Andalucía. A esto último replicó Company que la única que había pactado con radicales era ella; puso el ejemplo del candidato a la alcaldía de Búger por el PSOE, que había tildado a Iceta, del PSC-PSOE, de mal parido; que él nunca pactaría con radicales (lo cual induce a pensar que, o bien es un iluso o bien un mentiroso, pues dada la composición de fuerzas y los resultados de las generales, no se atisba a ver cómo podría llegar a la presidencia sin contar con Vox).

Lo curioso del debate y, al mismo tiempo esclarecedor, es que tanto Armengol como Company utilizaron el catalán de Mallorca, salando los artículos y con una fonética totalmente vernácula, alejado del lenguaje utilizado, al menos por Armengol, en el Parlament. Se dirá que el cultivo del catalán estándar culto es el propio del ejercicio institucional y no el uso de las modalidades propias de las islas. Algo en lo que no puedo estar más en desacuerdo ya que el propio Estatut prescribe la atención a nuestras modalidades. Nada más extraño que escuchar a nuestros representantes (es un decir) hablar de forma distinta a como hablamos los representados, en el medio cohesionador por excelencia, la televisión. No lo curioso, sino lo extravagante, es que la moderadora del debate, utilizara un catalán sin salar y de fonética barcelonesa, como el que nos endosan las máquinas hablantes de la EMT cuando nos anuncian las paradas. Uno puede comprender que las normas de estilo de IB3 puede que obliguen a esto; pero suenan a surrealismo.

Aquí no queda más remedio que apuntar que el verdadero protagonista del debate no fue Armengol, tampoco Company, la verdadera protagonista fue la moderadora. Se dice que un partido de fútbol ha tenido un buen arbitraje cuando el árbitro ha pasado desapercibido. De forma parecida, en un debate político se dice que un buen moderador es el que no se hace notar.

Pues bien la moderadora escogida por IB3 fue la estrella del debate. Intervino a troche y moche, tal como una parlanchina con un deseo irreprimible de afirmar su presencia en el mundo y en el escalafón de méritos de IB3. Era una mujer feliz. A cada oportunidad que se le presentaba intervenía señalando derechos, deberes y límites de los debatientes, advirtiéndoles, riñéndoles, sermoneándoles, con una logorrea impropia de alguien que, por el medio y la ocasión, debe actuar con discreción, circunspección y medida. Y, encima en catalán de Barcelona. Lo dicho, un error importante de IB3.

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