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Ramón Aguiló

Escrito sin red

Ramón Aguiló

Fantasías

Ahora sabemos que frente al humanismo liberal, que se funda en el libre albedrío, se levanta la tesis de que los procesos electroquímicos cerebrales son deterministas o aleatorios, pero nunca libres

Sumergidos como estamos en la vorágine del presente, que aquí y ahora supone prestar atención a las consultas propias del jefe del Estado de las cuales se ha apropiado el doctor Sánchez, a las volteretas ideológicas por unidad de tiempo de Casado, a la ambición adusta y belicosa de Rivera que ni Malú consigue domeñar, al canturreo casi gregoriano de Iglesias y a la finura epidérmica de Santiago Abascal y cierra España, prestos a conocer en pocas semanas el desenlace de la segunda vuelta autonómica y municipal, para la que nos ofrecen poco más que ubicaciones a derecha e izquierda, que poco significan excepto impotencia; menos Noguera que promete el eterno Grial del Trambus, poca atención prestamos al futuro inmediato que nos promete un presente inquietante. Debemos agradecer a un político como José María Lasalle, antiguo secretario de Cultura con el PP, una rara avis del panorama político, el anuncio de lo que se avecina con la publicación de su libro Ciberleviatán, el colapso de la democracia liberal frente a la revolución digital.

Lasalle anuncia la aparición de una dictadura tecnológica basada en la inteligencia artificial, los algoritmos, la robótica y los bigdata, en la que la técnica arrumba con el humanismo liberal de la Ilustración. Las grandes corporaciones del estilo de Google, Facebook y las nuevas formas de poder tecnológico instaladas, de las que son ejemplos el populismo en EE UU y la dictadura digital ya presente en China, amenazan la estructura intelectual surgida en los siglos XVII y XVIII, de la cual emana la centralidad atribuida al hombre. Ha sido desplazada por una visión científica que la ha subordinado a la técnica y a su voluntad de poder que alumbra la dictadura que desbordará nuestra subjetividad corpórea. Lasalle se inscribe en lo que ya en 2016 exponía Yuval Noah Harari en su obra Homo Deus, basada en el estado actual de la técnica y en su aplicación en el conocimiento de los procesos cerebrales. Ahora sabemos que frente al humanismo liberal, que se funda en el libre albedrío, se levanta la tesis de que los procesos electroquímicos cerebrales son deterministas o aleatorios, pero nunca libres, que dan lugar a resultados probabilistas, pero distintos a la libertad, que pasa a ser un término vacuo. El libre albedrío existiría sólo en los relatos inventados por los humanos. Pensamos que elegimos nuestros deseos cuando en realidad nos limitamos a sentirlos y actuar en consecuencia. Todo lo cual impugna la creencia en un yo permanente. En realidad sólo hay una corriente de conciencia y los deseos surgen de ella, por lo cual no tiene sentido preguntarnos si elijo mis deseos de manera determinista, aleatoria o libre. Frente a la idea de que existe un yo construido históricamente se levanta la de uno que vive y experimenta el torrente de la realidad en cada momento, y otro, con el que se identifica todo el mundo, que construye un relato en apariencia consistente. Pero uno y otro son relatos imaginarios, igual que las naciones, los dioses y el dinero.

El yo narrador es el que permanentemente intenta hacer posible el relato de nuestra existencia y atribuirle un sentido sin el cual seguramente caeríamos en la desesperación. Todos hacemos uso de estos mecanismos psicológicos. Pero es esencial describirlos en la política por cuanto nos pueden ayudar a entender la realidad. Es el caso del nacionalismo catalán. En numerosas ocasiones hemos especulado con la idea de que el llamado procés impulsado por los independentistas catalanes tenía que ver, tanto en lo que se refiere a sus dirigentes como a los casi dos millones de seguidores, con la vivencia en una realidad paralela o en una realidad inventada, un delirio. Por supuesto que todas las construcciones políticas son realidades inventadas, incluso la nación española, el resto de naciones, la UE o las Naciones Unidas, pero el peso de cada una de estas realidades inventadas depende del grado de facticidad que les concedan los ciudadanos, los propios y los extraños a cada una de ellas.

A todos los que hemos observado con perplejidad el procés catalán nos ha maravillado un relato seguido por centenares de miles de ciudadanos que contra la realidad de la transgresión de la leyes democráticas, la ruina económica de la huida de las empresas, la insuficiencia de los apoyos ciudadanos y el nulo reconocimiento internacional, se haya invocado un inventado derecho a decidir, el inexistente derecho a la autodeterminación del que sólo participan los catecúmenos y que la democracia es votar (para referéndums, los de Franco). El procés ha fracasado, pero lejos de reconocerlo, sus dirigentes, en Waterloo, el govern de la Generalitat y los políticos presos pretenden aplicar la república catalana; excepto ERC, que ha pasado de insultar a Puigdemont tildándole de traidor a ralentizar el procés para asegurar su éxito futuro. Se intercambian los papeles en un juego de sombras chinescas con el único objetivo del poder. ¿Por qué tanta contumacia, como la del manifestante por la república catalana a la que el mosso respondió "la república no existe, idiota"? Porque cuanto más nos esforzamos en construir un relato imaginario, más fortaleza adquiere el relato. Porque los nacionalistas catalanes desean con desesperación dar sentido a la movilización permanente, a la prisión provisional y a la fuga de sus dirigentes, a la catástrofe económica y al sueño imposible inducido a sus seguidores. Si renunciaran al relato desaparecerían, porque habría desaparecido el sentido.

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