Le metieron dentro, vendado y perfumado, aunque todo rápido, y corrieron la piedra del sepulcro, que, según dicen, era nuevo. Los días del profeta nazareno aclamado y triunfante, se habían esfumado y todo ha concluido en un desastre absoluto. Amigos huidos. Muerto en una infamante cruz. Acompañado de malhechores. Una agonía entrecortada por frases escandalosas. Y unas palabras finales de aceptación, pero gritando en un estallido final. El desastre en las manos de Dios. Menudo final de trayecto para el pastor bueno y el maestro impactante.
Hay unas horas en la historia de la humanidad, que todo estalla por que la palabra creadora de Dios se ha venido abajo, se ha convertido en silencio, y a penas guarda algún sentido. Sus amigos y amigas se sintieron desvencijados de pánico y desesperanza. Dios les había fallado y solo quedaba refugiarse en alguna casa, lejos de romanos y de judíos, de la gente y de los dueños de la gente. Ahí, en ese sepulcro, están todas las personas que, antes y después de Jesucristo, han sido víctimas inocentes de la injusticia, de la calumnia, de la frivolidad. Hoy mismo, esos muertos, tal vez asesinados, y que hemos decidido darles de lado porque nos señalan y molestan. Cada uno sabrá cómo está en esta historia vejatoria de nuestra esperanza. Porque no se trata de "fake news", puesto que todo es verdad. Y aunque lo pretendamos, es imposible quitárnosla de encima.
Dice el texto sagrado que la tierra sufrió una gran conmoción. Seguramente es una apreciación teológica/espiritual. Ya me gustaría a mí que hoy mismo la tierra entera se estremeciera en sus zonas más oscuras, pero también que explosionar a tanto amor, servicio y celebración como alberga en lo más hondo. Es el camino de redención, al que preferimos olvidar, y el camino de salvación... que con tanta urgencia necesitamos. Viernes santo, Sábado Santo y sepulcro.
