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Antonio Papell

Democracia es deliberación

A finales del siglo XX se extendió el concepto de democracia deliberativa, de la mano de dos ilustres politólogos, John Rawls y Jürgen Habermas. Más allá de los desarrollos y las teorizaciones, el concepto, muy prestigiado en la actualidad, significa que no es democrático tomar decisiones sin una previa deliberación. Si se está realmente convencido de que el pilar fundamental de la democracia es la convicción sincera de que el antagonista puede tener razón, por lo que merece ser escuchado para que intente convencernos, se llega fácilmente a la conclusión de que serían arbitrarias aquellas decisiones adoptadas por la mayoría sin permitir que quienes concurran en minoría a la voluntad general manifiesten sus puntos de vista, los confronten y traten de convencerse recíprocamente.

El concepto es claro. Habermas explica que "según la concepción republicana, comunitarista, el proceso de formación de la opinión y de la voluntad política en el espacio público del parlamento no obedece a las estructuras de los procesos de mercado, sino a las estructuras propias de una comunicación pública orientada al entendimiento. El paradigma de la política, concebida en el sentido de una práctica de autodeterminación ciudadana, no es el mercado, sino el diálogo" [?] De forma que "los partidos que luchan por el acceso a posiciones estatales de poder tienen que aceptar el estilo deliberativo Y la obstinación propia de los discursos políticos". Y cita a F.I. Michelman ( Pornography, 1989): "La deliberación [...] hace referencia a una cierta actitud propicia a la cooperación social, a saber, a esa disposición abierta a ser persuadido mediante razones relativas a las demandas de los otros como a las propias". Y añade Habermas: "Por eso, la disputa de opiniones sostenida en la escena política posee fuerza legitimadora no sólo en el sentido de una autorización para acceder a posiciones de poder": también indica el modo democrático o no de ejercer el dominio político.

Juan Carlos Velasco define, en fin, democracia deliberativa como "un modelo normativo -un ideal regulativo- que busca complementar la noción de democracia representativa al uso mediante la adopción de un procedimiento colectivo de toma de decisiones políticas que incluya la participación activa de todos los potencialmente afectados por tales decisiones, y que estaría basado en el principio de la deliberación, que implica la argumentación y discusión pública de las diversas propuestas".

Parece evidente que en estos prolegómenos electorales hay de todo menos deliberación. Los partidos no sólo no debaten entre sí sino que se descalifican con una saña inusitada en los últimos tiempos, después de años en que la política había adquirido cierto fair play que facilitaba las controversias civilizadas y pedagógicas y permitía los consensos. Hoy, los partidos exhiben sus programas de mala gana, sin pararse a referir al elector los pormenores de su proyecto político (si son partidarios de un Estado fuerte o de un Estado mínimo, si piensan que los sistemas de solidaridad y los servicios públicos han de estar en manos públicas o privadas o deben responder a un modelo mixto, etc.)?

De hecho, los únicos debates estatales planeados antes del 28-A son el de esta noche en TVE, donde estarán representados, y no al máximo nivel, los seis partidos con representación parlamentaria (PP, PSOE, Cs, UP, ERC y PNV), y el del 23 de abril en la televisión privada en que estarán los cinco líderes estatales, incluido el de Vox? Y no habrá más.

Ni los partidos tienen demasiado interés en confrontar, ni el sistema mediático les reclama la controversia con el énfasis que sería de esperar. En el fondo, se prefiere contrastar personalidades, liderazgos, sin formalizar compromisos a través de promesas que después puedan ser exigidas. Y, de hecho, los propios mensajes que se manejan son tan elementales que la opinión pública debería sentirse molesta por la simplificación sistemática que se realiza, y que reduce los problemas a una dimensión irreal y deja las soluciones en el limbo.

En suma, nuestra democracia ha retrocedido: los partidos realizan propuestas estratégicas sumamente simples, como quien vende un detergente, y ya ni siquiera se finge un debate público para que parezca que hay una verdadera deliberación, que por supuesto no existe en absoluto.

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