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María Amengual

La mentira ideológica

Decía Revel que el enemigo de nuestras sociedades ya no es la ignorancia, sino la mentira. No puedo estar más de acuerdo

Un niño de seis años ha estado a punto de morir por tétanos en Estados Unidos. Es el primer caso de esta enfermedad en norteamérica en los últimos treinta años. Como se pueden imaginar, sus padres son antivacunas. Ni siquiera después de salvarse consintieron en vacunar al pequeño. No hay nada más difícil que sacar de un error a un fanático. Intenten, si no, explicarle a un terraplanista que vive en un planeta redondito, un poco achatado por los polos. O convencer a un fiel de la homeopatía de que la disolución que toma es más parecida al agua con azúcar que a un remedio para enfermedad alguna.

Podemos saber qué ocurre en la otra punta del mundo al instante. Con herramientas que ponen al alcance de cualquiera cantidades ingentes de información sobre cualquier asunto. Unas condiciones sin parangón en la Historia que deberían suponer una mejora prodigiosa de la Humanidad. A estas alturas del siglo XXI, ya nos hemos dado cuenta de que no es así. Decía Jean Françoise Revel que el enemigo de nuestras sociedades ya no es la ignorancia, sino la mentira. No puedo estar más de acuerdo.

Lean a Revel. Define la ideología como un mecanismo que nos hace escoger de la realidad los hechos favorables a nuestras convicciones y rechazar los otros. Hay que ver lo fácil que es creer una mentira cuando se amolda a nuestros prejuicios. Probablemente, por pereza. De cuestionar lo que pensamos, de salir de la comodidad que supone creer que siempre tenemos razón. Sin embargo, la democracia no puede sobrevivir sin cierta dosis de verdad. El sistema se basa en la libertad de determinación de las grandes opciones por la mayoría y se condena a sí mismo a muerte si los ciudadanos se pronuncian desde la ignorancia o la obcecación. Así que nuestro futuro depende de la utilización correcta y honesta de la información.

Por eso es tan peligroso que nos acostumbremos a la falta de honradez de quienes hacen de la mentira parte esencial de su estrategia. Que hablen de mí, aunque sea mal. Las fake news han llegado para quedarse. El fenómeno no es nuevo: es simple propaganda. Lo que ocurre es que, en las democracias actuales, resulta más sangrante que nunca precisamente por las condiciones favorables que tenemos para desterrarla. Periodistas y medios de comunicación tenemos el deber de contrastar y depurar todas esas noticias. Por eso es tan de aplaudir que la BBC haya decidido no dar voz a quienes cuestionan hechos con amplio consenso científico.

Y eso fue justo lo que hizo este periódico con la falsa agresión de feministas radicales a tres chicas de Son Servera difundida por Vox. Qué fácil de creer era para sus simpatizantes. Podemos discutir quién inventó el bulo, pero es incuestionable que Vox lo difundió. Es muy respetable la crítica de las formaciones políticas a los medios. Y viceversa. Lo que no es admisible es que un partido eche de una rueda de prensa a un fotógrafo y a un periodista porque no le gustan las noticias de Diario de Mallorca. Hay mecanismos legales para solicitar una rectificación. Pero vetar la entrada a los profesionales supone un ataque intolerable a la libertad de prensa y de información de los ciudadanos, recogidas en la Constitución. Sólo el buen periodismo nos defenderá de quienes pretenden falsificar la información. Sin embargo, de poco sirve si al otro lado hay una ciudadanía dispuesta a eludirla.

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