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'Brexit forever'

Borrell utilizó la expresión: estamos al borde de un brexit forever, es decir, de un brexit para siempre, planteado y nunca consumado, que satisface moralmente al nacionalismo anglosajón porque deja claro su deseo de disolver la humillante alianza con Europa —siempre es degradante codearse con parias— pero que obvia tener que afrontar los tremendos problemas que suscita la ruptura. Entre ellos, la imposibilidad material de que exista y no exista al mismo tiempo una frontera física entre Irlanda del Norte y el Estado de Irlanda. El problema no es banal porque la paz en el Ulster se consiguió, en buena medida, por el procedimiento de eliminar esa frontera física.

La culpa de todo ello es de Cameron, un inepto patán que fue incapaz de entender que lo que sus compatriotas querían era vivir para siempre en la reivindicación rupturista insatisfecha y en el filo de la navaja. El estado ideal de los británicos desde que ingresaron en la Unión Europea (tuvo que morirse políticamente De Gaulle para que entraran) era la abominación de aquel vínculo. La relación era parecida a la que existe entre los cónyuges de esos matrimonios gruñones cuya ligazón principal es la detestación que se profesan. Pero Cameron rompió el ensalmo con la imprudencia de los necios de nacimiento y nos lanzó a todos a rizar el rizo de lo imposible: hay que romper, porque así lo han querido los británicos, pero sin romper verdaderamente, porque de hacerlo desaparecería ese aliciente de la vida británica que es el afán de hacerlo. Comprendo que el lector no me entienda del todo porque el asunto es de psiquiatras. Unos personajes encantadores, los psiquiatras, que sólo tranquilizan al paciente cuando tampoco se les entiende del todo.

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