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Norberto Alcover

En aquel tiempo

Norberto Alcover

Mirada sobre la mujer

Desde que Weinstein saltó por los aires y apareció el Me Too como un tsunami incontenible, la mujer, a nivel mundial, que no solo occidental, ha dado un salto cualitativo en lo referente a la exigencia de sus derechos en todos los ámbitos de la vida. Arrancó como una reivindicación sexual/afectiva (detalle en el que se ha insistido poco en los medios), para ampliarse a todos los aspectos en los que el colectivo femenino lleva tanto tiempo postergado y en parte machacado, no en la misma medida en todos los casos, pero sí, que es lo peor, en el caldo de cultivo social y en la estructuración espontánea de la sociedad, española y mundial. Al ser recogido este impulso por los militantes movimientos feministas, también relacionados entre sí, el "aceite de la causa" se esparce día tras día de forma incontenible, y salpica, directa o indirectamente, todos los espacios del planeta. En este momento, es del todo imposible llevar adelante una causa, por noble que sea, sin relacionarla con los derechos de la mujer en cuanto tales. Desde una campaña electoral hasta un proyecto de Iglesia inmediato/mediato. O juegas la carta femenina o estás fuera de onda. Lo que en principio me parece absolutamente bien, porque ya era hora.

Tras reflexionar sobre esta situación desde los años sesenta, pero mucho más ahora, llego a la conclusión siguiente: nuestra sociedad está hecha para una estructura familiar tradicional, en el que la mujer dedicaba su vida al marido, a los hijos, y a los ancianos correspondientes, pero en absoluto en igualdad de condiciones que el hombre. Ella era la guardiana del "orden interno familiar" y él del "orden externo profesional". Con una diferencia que ahora salta por los aires: el trabajo masculino estaba retribuido mientras el femenino no. Y por lo tanto, el imperio de la economía tenía la última palabra. Lo anterior puede parecer archisabido, pero es la madre del cordero, y la poca evolución masculina en la contemplación y consiguiente reflexión sobre este panorama de absoluta desigualdad en los roles familiares, es la razón última de las tensiones actuales. El caso Weinstein parece mentira, ha permitido que la explosión se suceda en cadena, sin saber a ciencia cierta a donde nos puede llevar. De momento, las repercusiones son de una trascendencia inesperada, pero sí previsible.

Pero si profundizamos todavía más, está claro que los avances tecnológicos relativos a contracepción y a la maternidad (nunca se habla de paternidad), llevan años golpeando el dinamismo espontáneo de las relaciones familiares y el mismo rol específico femenino. La mujer puede quedarse embarazada según quiera o no quiera de forma tan fácil que se reduce a una toma de pastillas, sin mayor preocupación. Y a la hora de quedarse embarazada tiene una serie de modos diferentes al tradicional que requería el acto sexual con su marido o pareja. De ahí a firmar con absoluta libertad que "mi cuerpo es mío", y en fin hasta la relevancia del hombre correspondientes relativa: se ha forjado una imagen de la mujer como una persona absolutamente libre en algo tan decisivo como es la maternidad. Sí a este hecho, añadimos la facilidad del aborto casi libre, entonces, la maternidad en cuanto tal ha perdido su "misteridad" para convertirse en una entre tantas opciones cómo se presentan en la vida de una mujer contemporánea. Hasta llegar a los movimientos antinatalistas que proliferan cada vez más.

Si a todo esto añadimos el acceso de la mujer al mundo laboral de todo tipo, está claro que, con todas las persistentes diferencias de sueldo y de rol perceptibles, la mujer actual ha saltado de la preocupación familiar y maternal a la hégida de lo laboral/profesional. No se trata para nada que familia y maternidad desaparezcan, pero es un hecho evidente y que las expectativas integran una serie de datos que mueven por completo el esquema anterior. Sin saber a ciencia cierta a donde nos llevará esta nueva concepción del rol femenino en familia, trabajo, maternidad y, en fin, estructura social. Con todas las repercusiones eclesiales inevitables, porque solamente un ignorante o un ingenuo, pero puede que también algún cínico, niegue la trascendencia eclesial de este fenómeno que se ha instalado entre nosotros. Y que tantísima repercusión tiene en la opinión pública sobre la Iglesia.

Personalmente, por carácter, por formación y también por experiencia histórica, preferiría que ciertos feminismos radicales se mostrarán menos agresivos para que esta preocupación fuera comprendida y aceptada por más personas. Pero también comprendo que las grandes transformaciones históricas siempre implican momentos un tanto originales de posturas exageradas y hasta agresivas. Mover la tradición estructural es muy difícil, y para mí, la tradición estructural se desarrolla en el respeto a los derechos femeninos, relacionados con los derechos ajenos y su responsabilidad compartida. Y por esta razón, denunciar determinadas actuaciones y textos del todo endogámicos me parece una obligación de la libertad personal y profesional del periodismo, junto a quienes proceden con la radicalidad conocida. Es en este campo de la libertad de expresión y no menos de conciencia, donde este debate se realizará desde la serenidad o por el contrario creará todavía más crispación y lejanía entre las partes. Alcanzando sus máximas al incrustarse en oscilantes y populistas planes políticos, que acaban por manipularlo todo o casi todo.

Hay que seguir en esta tarea de "reflexión femenina" porque a todos atañe. Nuestra sociedad depende de manera sustancial de la mujer y de sus expectativas, y por ello mismo sería un suicidio mantenerse al margen. Un productor desaprensivo provocaba la explosión, y unos ciudadanos responsables tienen que cocinarla. Me preocupa muchísimo como nos comportamos en este desafío histórico todos nosotros: mujeres y hombres. El futuro de todo tipo es de ambos colectivos.

Una mirada sobre el hombre, será materia de otro artículo.

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