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Norberto Alcover

En aquel tiempo

Norberto Alcover

Burwitz, belleza y peregrinaje

Cuando le conocí, me pareció un monje laico. Ahora, ya, barbado encarecido, mucho más delgado y un tanto distante de los alrededores, se me ocurre que el monje laico ha dado lugar a una suerte de anacoreta en este siglo tan poco anacoreta. Rodeado de sus propias pinturas, en una especie de caos perfectamente organizado, vive en Valldemossa con Marina, su esposa y compañera, alguien necesario para comprender el peregrinaje de Nils hasta recalar en Mallorca, en pleno corazón de la mítica Tramuntana. Junto a Rubén Darío, junto a Graves, junto a Luis Salvador, junto a tantos pintores que han buscado la luz del mar y de la montaña a lo largo del tiempo. Pintor y poeta escondido, al conjugar imágenes cromáticas y textos lúcidos y hondos. Nils Burwitz es un peregrino de lo bello de todos los ámbitos, siempre peregrino de sí mismo y siempre en deuda con la causa de los derechos humanos. Su obra demuestra fehacientemente está triple asignación lingüística.

Pues bien, es necesario felicitar al ayuntamiento de Pollensa por patrocinar una exposición de la obra plural de nuestro hombre, que nos permite disfrutar de su viaje interior y exterior a lo largo de su vida como persona y como artista. Desde sus preocupaciones ante la conculcación de los derechos de la población negra en Sudáfrica, hasta ese niño caído por un agujero, a través de paisajes marítimos y costeros a la mayor honra de nuestras calas y mares. Es un recorrido por la experiencia de la libertad en el siglo XX y este actual, pero la libertad que, en mi caso, alcanza su mayor provocación estética en obras como es Terra de Tramuntana en vall vermella, un óleo sobre tela de 2008, donde amarillos, azules, verdes y rojos construyen una contemplación que te absorbe y te engulle dejándote quieto y pasmado. Es el grito contra la opresión de 1979 en Namibia, cara o creu?, Una serigrafía de doble cara, qué pasa de textos políticos a unos balazos de escalofrío. Peregrino del mundo, artista ético, captor de la belleza.

La exposición se visiona y goza en la iglesia de Santo domingo, desacralizada ahora, en una Pollensa de fortísima tradición literaria, artística y no menos política. Tal vez, pudo espaciarse más el material pictórico, pero el intento de localizarlo por estilos y detalles conceptuales está conseguido. Un excelente trabajo de Aina Aguiló y su equipo del museo de Pollensa, de quienes queda aquí constancia porque todo "acto estético" implica su correspondiente "acto material". Bien, además, la solución del enmarcado, que comunica un talante de sobriedad al conjunto y centra la visión del contemplan te en la obra, sin dispersiones inútiles. La obra de Burwitz nunca es minimalista pero el conjunto tiende a esa austeridad tan querida en la actualidad, salvo en determinadas instalaciones de ingrata memoria. No aquí, sino en general.

He reservado para el final una dimensión que siempre me ha seducido de Nils: su dimensión trascendente, poco apuntada cuando se habla de su peregrinaje. Además de ser un hombre, en el sentido humanista de la palabra, un luchador por la libertad y un empedernido buscador de belleza donde quiera que esté, ese monje laico al que me refería en el primer párrafo de este artículo, se adentra en el ámbito de esa realidad que no se supera y solamente los grandes artistas son capaces de acariciar si quiera levemente. Por ello mismo, la fotografía de Nils sentado ante ese paisaje de los cinco Ermitaños de la Ermita de la Trinidad cerca de Valldemossa, a los que todos hemos conocido o conocemos, esa luz cenital que nos eleva a una realidad superior, es un excelente resumen de cuánto estoy escribiendo. El monje laico forma parte de esos monjes declaradamente creyentes, cómo quiénes forman el entramado de un palco teatral, mientras el pintor es la obra representada y testigo de los protagonistas: es la soterrada confesión del hombre y del artista que "se sienta ante aquellos que admira". Una especie de escala de Jacob internacional. No citar esta dimensión de Nils es decapitar el último sentido de su obra. Y ahí están sus bellísimos vitrales para testimoniarlo. Algunas reproducciones de tales maravillas se echan a faltar.

Las dos últimas fotografías del catálogo, a un precio que se agradece, nos muestran a Nils junto a Marina. La penúltima en el quicio de su casa de Valldemossa, con el artista en segundo plano, como quien cede el protagonismo. En la última es ella quien adopta la postura secundaria, para que aparezca ese Nils actual, ese monje laico devenido anacoreta iluminado de este siglo nuestro, tan poco anacoreta. Dos pequeñas fotografías que valen el álbum entero.

No lo duden, merece la pena pasarse por Pollensa para estar un rato con tanta belleza acumulada. Además, Nils se lo merece.

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