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Antonio Papell

Telebasura y pedagogía

La inicial esperanza de que el pequeño Julen sobreviviera algún tiempo a pesar de todo se desvaneció a medida que pasaron los días, pese a lo cual la expresión más extendida en los medios 'especializados' era que "no había que perder la esperanza"

Puesto que los milagros no existen, todo el mundo sabía que el pequeño Julen, el niño de apenas dos años que había caído por un angosto agujero de cien metros en un paraje abrupto de Totalán, Málaga, estaba muerto desde muy poco después del accidente, entre otros razones porque se constató enseguida que la hendidura se había rellenado con tierra, seguramente arrancada en la caída de la criatura, que la había cubierto por completo. Como es obvio, la inicial esperanza de que sobreviviera algún tiempo a pesar de todo se desvaneció a medida que pasaron los días, pese a lo cual la expresión más extendida en los medios especializados que dieron una gran cobertura al evento era que "no había que perder la esperanza".

El espectáculo ha sido largo, solemne y multitudinario. A los centenares de vecinos de la pequeña localidad, familiares, amigos y conocidos, que se sumaron a policías, guardias civiles, ejército, bomberos, mineros y demás fuerzas vivas, se añadieron especialistas, como el famoso 'padre de Mari Luz', un tal Juan José Cortés, quien, bien atildado, va de tragedia en tragedia a dar la versión sociológico-mística-interpretativa de los acontecimientos. Las cámaras de las televisiones recogen sus opiniones con unción, y las difunden a los cuatro vientos para ilustrar lo que apenas tiene ilustración: unos técnicos que tratan de rescatar, con sobreabundancia de medios y a sabiendas de que disparan con pólvora del rey, el cadáver de una criatura que no fue controlada por sus progenitores. Los helicópteros no podían faltar para imprimir sensación de premura al rescate. Y para aderezar este escarnecedor espectáculo, hay que decir que este tal Cortés, salsa de todos los guisos morbosos, implicado en un tiroteo entre familiares hace años, ha sido recién afiliado al PP por el propio Casado, días después de que el padre de Marta del Castillo, otro progenitor doliente en otro crimen extremo, anunciase que se afiliaba a Vox. La competencia siempre ha sido la clave del liberalismo. Y la prisión permanente revisable es, ya se sabe, la panacea de todos los abusos de este país.

Tenemos la clase política que merecemos, y la sociedad no siempre termina de entender dónde comienza el celo y donde acaba el ridículo. Muchos experimentan, más que su propia vida, la de personajes esperpénticos que, en una descarada operación de márketing, se convierten en estrellas, que pasan inmediatamente a ser en ídolos de barro con que llenar los vacíos interiores de una comunidad aburrida y ágrafa, mal formada en un mediocre sistema educativo que ni siquiera entrega al alumnado el bagaje elemental que les evite partir de cero en el descubrimiento de sí mismos. Pero en asuntos como el que inspira este comentario, los periodistas no somos inocentes.

La transmisión prácticamente en directo de la laboriosa operación de rescate -que no salvamento- del cadáver del infortunado niño pertenece al mismo género que las interminables sesiones de telebasura donde la ruptura matrimonial de un "famoso" se describe con diarreica promiscuidad durante horas. Y no se utilice el argumento escuálido de que los medios que han hozado en la tragedia de Totalán se limitaban a entregar al público lo que el público quería que le entregaran: los medios de comunicación, que pertenecen a respetabilísimas corporaciones a cuyo frente hay gestores de indudable solvencia y que están servidos por periodistas de primera línea, tienen también la obligación -por razones de responsabilidad social corporativa- de hacer pedagogía, de incorporar a su tarea los grandes principios democráticos, de elevar el tono cultural del país.

Es evidente que los medios privados se deben a sus accionistas, y estos exigen rentabilidad. Pero el mérito estriba en lograr la solvencia económica por procedimientos no sólo lícitos sino también éticos, con cierto nivel, beneficiosos para la extensión de los grandes valores convivenciales. Tampoco se trata de hacer ñoñez o de derrochar filantropía: basta con tratar los sucesos con profesionalidad, con recurrir al buen gusto, con no excitar las bajas pasiones de la gente para arrancar audiencia. Creo que todo el mundo entiende lo que quiero decir.

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