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Festejos y propaganda

Viene siendo habitual el aprovechar la menor oportunidad -la ocasión la pintan calva, y encontrar a los ciudadanos concentrados en calles y plazas es una más- para convertir el motivo de cualquier fiesta en teatro para propósitos que tienen nada que ver con lo que se esté celebrando.

La reciente festividad de Sant Sebastià, en nuestra isla, fue un ejemplo más de cómo, desde colectivos feministas a partidos políticos, se ven irresistiblemente atraídos para exhibirse frente a una multitud a la que intentarán meter sus convicciones -asumidas o no por una mayoría- y consiguiente propaganda por donde les quepa. Sin embargo, dichas prácticas debieran ser proscritas por lo que tienen de manipulación, y es que una cosa es asistir y/o participar en la mascarada con que se viste el gaudeamus, y otra distinta aprovechar desenfados y alegrías para exhibirse algunos con el disfraz que mejor convenga para vender sus creencias entre pasacalles y butifarrones.

La repetida observación de Debord, "el espectáculo acaba por transformarse en el discurso", podría en estos casos invertirse tras la constatación de que es un reiterado y muchas veces cansino discurso el que, a través del espectáculo y cualquiera que éste sea, intenta su difusión; su promoción aunque, en el sentir de bastantes, se desvirtúe el pretendido mensaje precisamente por inoportuno.

Las ideologías, en línea con Wittgenstein, debieran incluirse en el ámbito del silencio, dado que su exhibición sólo expresa intereses de variada índole o sentimientos que, por subjetivos, no debieran abrumar al disidente, el pasota o, en este caso, a quienes han salido al aire libre con el único propósito de interrumpir sus rutinas y pasarlo lo mejor posible, alejados siquiera por unas horas de rutinas u obligaciones.

¡Pues si no querías lentejas, ahí van dos platos! Algunos próceres haciendo lo imposible en Palma por llamar la atención y, el propio alcalde, sugiriendo el edificio del ayuntamiento como futuro escenario para el divertimento en esas fechas -un modo de arrimar subrepticiamente el ascua a su sardina-. El PP, en la plaza de La Almudaina, plantando sillas y mesas bajo un luminoso cartel azul en el que se leía "PrePParats", lo que en algunos sembraba la duda de si estarían a punto para las elecciones que se avecinan o se informaba simplemente que el aceite y la sal estaban ya preparados y a disposición de las eventuales torradoras. Por ende, para abundar en esos intentos de seducción a la sombra de humaredas y entre risotadas, algunas feministas proclamaban a gritos el orgullo por sus llonguets (otros que los empleados para empanar el filete) y unas mametes que mostraban sin pudor alguno desde el balcón.

Flaco favor, al feminismo o a una política necesitada de mejores mimbres, la de esos epígonos con aroma, siquiera temporal, a chorizo frito. Aunque algunos lo hayan interiorizado al extremo de definirse a su través, sin precisar ya de asadores en la calle. Y a tal extremo la apropiación de las fiestas para decorado de sus alegatos, que no sería descabellado suponer que, en los tiempos por venir, la pretendida comida de coco pase por pintar las salchichas o vestir a cabezudos y demonios con los colores de sus banderías.

Aceptado que seguramente el pecado no estriba en lo que se hace sino en la intención que subyace y estimula determinadas actuaciones, la sugerencia vendría de perlas para preguntarse, sobre el tema de hoy, cuál debe ser la motivación para semejantes comportamientos y más allá de la evidencia que traduce elegir plazas y avenidas, cuando vestidas de fiesta, para intentar aumentar el eco de las propias querencias.

Quizá se trate de obsesiones incontenibles y que pueden ser estimuladas incluso por el brazo de San Sebastián o, por el contrario, sea el interesado cálculo el que sirva de acicate para darnos la vara, sabiendo que son millares los que habrán de tragar las ocurrencias entre chupitos y panecillos. En cualquier caso, los pasados jolgorios han puesto de manifiesto que, al tiempo que buena ocasión para alegrías compartidas, son también vía libre para que la sensatez deje paso al fanatismo y la alienación, sonrisa mediante y con más ganas de contagio que vergüenza.

Sea como fuere, seguramente habrá a quien la constatación de eslóganes y las consabidas letanías, mientras se está a la espera de encontrar un hueco en la parrilla, le enfríe, para próximos eventos de parecido cariz, las ganas de procurarse el deseable esparcimiento. Siquiera en enero y pese a permanecer medio ateridos. Y es que, para torracollonadas, quizás fuera preferible conformarse con el mantel en la mesa del propio comedor, torrar en la estufa de casa o darle a la Thermomix. Y ya ni les cuento si pudieran meterse dentro de la misma, aunque sólo fuese para procurarles un hervor, a según quienes.

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