En el País Vasco acaban de derribar la mitad de los monumentos en recuerdo del crucero Baleares. El mamotreto de Ondarroa no será reconstruido, ni nadie sufrirá condena por una demolición a palos con aval del democristiano PNV. El Consell de Mallorca de Podemos se sometió a las presiones de los exégetas del franquismo, y fue incapaz de liquidar sa Feixina, ahora convertida en la única piedra superviviente que homenajea al barco hundido. Esta nueva singularidad palmesana acentuará sin duda el atractivo turístico de la ciudad, por lo que las autoridades progresistas deberían promover una ampliación del conjunto monumental, que puede colocarse al acceso público en la modalidad de alquiler turístico.
La demolición a cargo de los chicarrones de Ondarroa nos libera de cuatro años de martirio. Los fervorosos adoradores de sa Feixina se escudaban en la supervivencia del monumento gemelo vasco, consagrado "a los ondarreses que heroicamente dieron su vida por Dios y por España en el crucero Baleares". Se les acabó la excusa. O al contrario, han de seguir la senda iconoclasta de sus admirados norteños. Cuánto hemos añorado la celeridad ejecutiva de Euskadi, al contemplar a nuestros gobernantes escondidos bajo el escaño porque Madrid nos regatea inversiones.
La caída de la otra mitad de los monumentos al Baleares confirma la farsa vivida en Mallorca, con contenciosos y comisiones patrimoniales que siempre acaban votando la pervivencia del franquismo. Quien quiera luchar contra la dictadura, ha de arriesgarse al banquillo, en vez de evocar cada semana al alcalde de Palma fusilado. Ha vuelto a demostrarse que el modelo que ha convertido al País Vasco en la región más rica de Europa no reposa únicamente en la negociación exasperante. Dicho lo cual, a mí me molestan más las terrazas de es Born, que la ultraizquierda inmortalizó en un referéndum esotérico.
