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Antonio Papell

Torra en las nubes

Quienes por imperativo democrático mantenemos la tesis de que el conflicto catalán debe resolverse por la única vía razonable, la de la negociación y el diálogo bilaterales, tenemos cada vez más dificultades para sostener la posición, dada la agresividad impenitente del presidente de la Generalitat, que, fanáticamente soberanista y acicateado por Puigdemont, no desperdicia oportunidad para inflamar el disenso, soliviantar a sus seguidores, negar la realidad y efectuar propuestas inviables, con el ánimo evidente de generar frustración.

El mensaje de fin de año pronunciado por Torra el día 30, dirigido a sus "queridos compatriotas", comenzó recordando a aquellos "que padecen la injusticia, que están encarcelados por defender mandatos democráticos de su pueblo o que se han tenido que exiliar, lejos de casa, y que no pueden pasar las fiestas con sus familias y amigos". Diríase que han sido víctimas de la malicia ajena, cuando todo el mundo sabe que los encarcelamientos son la consecuencia de vulneraciones flagrantes y muy graves de la ley que nos hemos dado ente todos.

Poco después, tras citar dos veces a Robert Kennedy -quien si pudiese ser testigo de la burda manipulación de sus ideas que ha hecho el presidente catalán se revolvería en su tumba-, señaló que 2019 tiene que servir "para realizar el mandato democrático de libertad, para rebelarse ante la injusticia y hacer caer los muros de la opresión". ¿Qué habrá querido decir con esta arenga el president? ¿Acaso es una llamada a la revuelta civil, a la ruptura de nuevo de la legalidad, a la quiebra del sistema político vigente mediante el boicot o la resistencia pasiva? "Sólo aquellos que se atreven a arriesgar mucho pueden conseguir mucho" es una de las citas de R. Kennedy. ¿Significa este enunciado que debemos prepararnos para la revolución pendiente, jugarnos el presente para defender la utopía, renunciar a la democracia política para ganar la Arcadia nacionalista? Algo de eso ha de haber cuando se pide "redoblar el esfuerzo" y "retomar la iniciativa" para denunciar ante Europa la existencia de "exiliados y presos políticos".

Para defender las propias tesis, el nacionalismo nunca renuncia a falsear la realidad y en erigirse portavoz del todo el pueblo. Torra, en las nubes, apoyado parlamentariamente por menos del 50% del electorado catalán (y aun habría que restar a los votantes de la CUP, que son independentistas pero no nacionalistas), ha dibujado una inexistente mayoría del 80% de la sociedad catalana que se sentiría republicana, que no aceptaría la represión para resolver cuestiones políticas y que querría ejercer el derecho de autodeterminación. Muy distraída debía estar esta sociedad catalana cuando apoyó tan masivamente la Constitución de 1978 y en las décadas de Jordi Pujol, el padre de la moderna nacionalidad catalana, ni siquiera reclamó una simple reforma del Estatuto en vigor€ Más abajo, en otra torpe pirueta, se refiere Torra al inminente juicio por el 1-O, que para él ya está resuelto: "la sociedad catalana en su conjunto, aquel 80% que nos hace fuertes e imparables (?), lo ha manifestado una y otra vez: son inocentes, cumplieron con lo que les solicitábamos y es preciso que vuelva a casa". Convincente argumentación.

Por coherencia con su reciente entrevista con Sánchez, afirma que no dejará de insistir en el diálogo y la negociación. Y en la necesaria mediación internacional. ¿Cómo puede imaginar siquiera un político con la cabeza medianamente amueblada que un Estado moderno, democrático y poderoso como el español, con un gran acopio de prestigio en la comunidad internacional, aceptará una mediación externa para que se desgaje de su tronco un territorio que forma parte de él desde la época fundacional?

Torra pide a los suyos unidad, por fortuna cada vez más resquebrajada. Y es la falta de este ingrediente la que, si el Estado se mantiene firme y ecuánime, arruinará pronto la tentativa independentista. Es imposible que la sociedad catalana, tan madura y con un nivel de vida envidiable en términos globales, siga prestando oídos a esta decadente cantilena localista y patriotera, sentimental y pueblerina, que ignora que hay que alzar la cabeza para mirar a Europa y no embelesarse con arcaicos recelos identitarios.

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