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Antonio Papell

Las propuestas del soberanismo

Este pasado martes, en un discurso institucional ante la tumba de Macià con motivo del 85 aniversario del fallecimiento del primer presidente de la Generalitat republicana, Torra dio a conocer que en su reunión con Sánchez el pasado 20 de diciembre en el Palau de Pedralbes de Barcelona le hizo entrega de una propuesta con 21 puntos, que incluían la "desfranquización de España y el aislamiento del fascismo y la ultraderecha", así como "la regeneración democrática y la ética política como fundamentos en los cuales basar la discusión política". El tercer punto mencionado por Torra alude al "ejercicio del derecho a la autodeterminación, con una propuesta de una comisión internacional que medie entre los gobiernos de Cataluña y de España".

En 1885 la entidad catalanista Centro Catalán entregó al rey Alfonso XIII la Memoria en defensa de los intereses morales y materiales de Cataluña, conocido como " Memorial de greuges" (memorial de agravios). Posteriormente, la táctica de las listas reivindicativas ha tenido una versión moderna y CiU ha utilizado también varias veces la fórmula en sus relaciones con Madrid. Artur Mas presentó a Rajoy en agosto de 2014 una lista de 23 peticiones (sobre financiación, competencias, infraestructuras, revisión de la ley Wert en materia de educación, lengua y cultura, etc.). Tiempo después, en febrero de 2017, el sucesor de Mas, Puigdemont, dobló la apuesta y presentó 46 reivindicaciones en varios bloques que se titulaban literalmente así: políticas sociales; política fiscal y financiera; incumplimientos del Estado en Cataluña, invasión de competencias e interferencias en la acción de gobierno; evitar la judicialización de la política.

Es curioso comprobar cómo esta progresión, que contiene propuestas razonables junto a otras desaforadas, se está utilizando para tratar de colar de rondón la independencia, como si el interlocutor "español" fuera un incauto al que se le puede embaucar envolviendo lo esencial en lo accesorio. Entre las 21 exigencias de Torra habrá sin duda algunas que se pueden (y deben) negociar, pero el asunto se vuelve vidrioso en cuanto el presidente de la Generalitat decide incluir en el frontispicio de su propuesta lo que el Estado no puede ni quiere conceder: nada menos que el derecho de autodeterminación y la aceptación de un mediador para intervenir en un asunto que es, por irrenunciable definición, competencia de los españoles, titulares de la soberanía nacional.

Hubo un tiempo en que los partidos nacionalistas catalanes, como los vascos, diferenciaban el 'programa máximo' de programa real que exhibían en cada momento, tras acomodar aquél a las necesidades pragmáticas del realismo político, como hacen por otra parte todos los partidos (una cosa es el objetivo utópico de la izquierda o de la derecha, y otra muy distinta las soluciones híbridas que es posible introducir en el consenso político y social, que debe predominar). En principio, en las relaciones políticas con los demás actores del Estado, cualquier cambio significativo del statu quo ha de enunciarse con suficiente flexibilidad para que no se convierta un trágala que interrumpa las negociaciones. Por ello, lo primero que habrá que preguntar a Torra es si la independencia, que puede ser un objetivo legítimo si se plantea debidamente, es o no una condición sine qua non porque si la exigencia fuese irrenunciable, el diálogo se interrumpiría.

Para simplificar, puede decirse que la serie de propuestas que ha lanzado Torra tienen sentido sólo si van acompañadas de una predisposición a la confianza, que sea correspondida por la otra parte. Lo que debe buscarse, en fin, es un clima propicio al diálogo, en le que se puedan plantear los diversos escenarios evolutivos, no rupturistas, con el ánimo de conseguir los que más consenso alcancen. Y en la cuestión de la independencia, todo indica que un reforzamiento de la autonomía, que afianzase el modelo actual al mismo tiempo que lo modernizase y adaptase a las nuevas necesidades, encontraría mucho más respaldo social que cualquier solución extrema. Es, pues, absurdo que la cúpula del soberanismo se empecine en exigir lo imposible.

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