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Antonio Papell

El mensaje de la irritación

El movimiento de los chalecos amarillos en Francia ha producido inquietud y desconcierto. Grupos inorgánicos de personas caracterizadas por esta prenda han organizado durante varios fines de semana consecutivos violentas algaradas en París y otras ciudades de Francia, explícitamente airadas por la incapacidad del sistema para conseguirles unas cotas aceptables de bienestar. Desempleo elevado, empleos inestables y sin porvenir, salarios bajos en un contexto de precios siempre al alza, deterioro de los servicios sociales, incremento ostensible de los desequilibrios entre ricos y pobres, corrupción política, arrogancia inadmisible de los propios representantes populares —Macron es un personaje engreído y poseído de sí mismo— han sido, entre otros, los principales elementos que han provocado un estallido difícilmente manejable porque no tiene líderes reconocibles, ni está comandado por los sindicatos: como ocurrió el 15-M de 2011 español, las muchedumbres han salido espontáneamente a la calle, a protestar. Es una protesta vaga pero audible, inconcreta pero justificada, que en el fondo es un gran reproche contra el sistema establecido; contra un statu quo que desprecia con indolencia a los menos favorecidos; contra el desparpajo de un establishment que no chirría cuando ve cómo la opulencia y el lujo de unos pocos se codea sin el menor pudor con la miseria de cada vez más familias, que tienen grandes problemas para lograr una solución habitacional aceptable y para obtener unos mínimos de seguridad que permitan a sus miembros desarrollarse como ciudadanos integrados.

En España, aquel 15-M tuvo lugar en el fragor de la crisis, cuando la situación era excepcionalmente dramática y tampoco se veía horizonte alguno. Hoy, en teoría, estamos dejando atrás la crisis —en términos macroeconómicos, es innegable que así es—, pero en tanto el PIB crece a un ritmo aceptable, los salarios continúan en descenso, el desempleo se mantiene en los dos dígitos (el juvenil sobrepasa aún el 30%), el mileurismo es la norma en los menores de 40 años, las viviendas en venta y en alquiler se han vuelto rápidamente inasequibles otra vez y el contexto político es de una gran hostilidad hacia la ciudadanía. Son tantos y tan graves los conflictos que la política no se ocupa de las necesidades reales de las personas y se dispersa en parajes patológicos que nada aportan al bien común sino al contrario: la corrupción, además de generar escándalo, ha provocado cataclismos; la ambición de unas elites sectarias ha engendrado en Cataluña un conflicto poco decoroso que hace mucho tiempo que ha dejado atrás el interés general€

La primera excrecencia política generada por la crisis fue Podemos: surgió como un asidero en pleno caos cuando la globalización había saltado por los aires y aquí temíamos la quiebra total. Sus promotores seguramente han hecho lo que han podido, pero ni se ha alcanzado la utopía ni siquiera sus cuadros dirigentes han conseguido asaltar los cielos, es decir, conseguir el poder. Hoy Podemos es un partido como los demás, con sus grandezas y sus miserias.

Últimamente, cuando la preocupación por Cataluña ha sobrepasado la suscitada por la crisis económica, ha surgido VOX. Un digital ha publicado un inteligente reportaje sobre la implantación de VOX en el barrio sevillano de las 3.000 viviendas, una zona deprimida de la capital hispalense donde el 50% de la gente está en paro y hay un 70% de fracaso escolar. En las últimas andaluzas, en todo el barrio sólo votaron 8.652 de un censo de 21.000 electores. En el poblado no hay mesas electorales, y en la más cercana, la 5-051-A, había 811 personas censadas. Sólo votaron 96. El PSOE arrasó con 72 votos. Pero la sorpresa llegó con el segundo puesto: Vox (nueve votos), ganó a Adelante Andalucía (seis) y, por supuesto, al PP (tres) y a Ciudadanos (cero). Ni hace falta gran ingenio para deducir de estos datos el desapego político de un barrio marginal. Ni hacen falta más análisis para explicar qué ha pasado con VOX y con el PSOE. El mensaje de la irritación ha sobrevolado como un potente alarido todo el proceso de las elecciones andaluzas.

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