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Con gusto

Juegos y señales

Los bingos de mi barrio brillan con nueva luz, una luz inquieta, mucho guiño verde y amarillo, como corresponde a un vicio que se expresa con ansia y velocidad. Incluso tienen cerca de la puerta y como acogidos a un vendedor de la ONCE y a un mendigo, otro que vive del azar. Hace unos años los bingos arrastraban una vida mustia y descolorida, de hecho incluso en las buenas épocas de este negocio los bingos siempre me han parecido el colmo de la soledad y el desconsuelo. Mi tocayo Emil Cioran debió de escribir su primer libro, en rumano, a la salida de un bingo. Se titulaba En las cimas de la desesperación. Pero resucitan.

¿Qué ha pasado? El viejo bingo, la Primitiva, el sorteo de Navidad o los ciegos nos parecen entrañables al lado del frenesí de las casas de apuestas o del juego on line. El otro día escuchaba en la radio a un experto en estas cosas y decía que los españoles gastamos en juegos de azar el 4% del PIB, más de 50.000 millones de euros. Una ludopatía tan extendida debe indicarnos algo, el problema es que no resulta fácil saber qué.

Una vez leí a un matemático que decía que el más rentable juego de azar era coger el billete que pensábamos jugarnos en la ruleta y meterlo en la hucha. Y hacer así siempre. Pero, claro, eso es realismo de la berza, no emociona, no es Simbad y la princesa.

La escuela, los padres de la patria, el presupuesto del Estado, los líderes espirituales y las fuerzas del trabajo y la cultura (Gramsci) ¿Tienen tan poco que ofrecer a la gente que se lo juega todo, hasta la chaquetilla con coderas, al naipe? Pues parece que sí.

Los vicios son muy distintos, aunque los moralistas suelan apelotonarlos. Los más frenéticos son el juego y el sexo que se parecen poco a la pasión del borracho, mucho más tranquila, o a la del tragaldabas, que tiene la pasión de embutirse cosas, de hecho cuando vi La grande bouffe, la pesadilla de Marco Ferreri, quedé paralizado por el horror extremo del empapuzamiento suicida: hasta los yonkis mueren con más dignidad. En fin que jugamos como chinos tal vez porque nos hemos vuelto chinos.

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