En las relaciones de pareja del viejo paradigma que está muriendo se daba por hecho que los hombres tenían que salir a conseguir dinero y las mujeres debían quedarse en casa para cuidar el hogar y los niños. La dinámica que se generaba era una sórdida lucha de poder en la que los hombres dependían de las mujeres para obtener sexo, cariño y cuidado de la familia y las mujeres dependían de los hombres para obtener dinero y la posición social del hombre.
A partir de los años 60 todo empezó a cambiar lentamente. Los hombres potenciaron su feminidad interna, se dejaron el pelo largo, empezaron a vestir de colores y aprendieron a expresar sus emociones y su gusto por un estilo de vida más libre y sensual. Entre tanto, las mujeres comenzaron a hacer lo opuesto: potenciaron su masculinidad interna, adquirieron independencia económica y política. Priorizaron sus carreras profesionales, se dedicaron a su desarrollo y aprendieron a ser más asertivas e independientes en sus necesidades y deseos.
En "Íntima Comunión" una de las obras de David Deida (EE.UU. 1958) se explora la posibilidad de que la tendencia hacia el 50-50 ha producido una igualdad social y económica, muy necesaria, pero también ha provocado que lo políticamente correcto haya entrado en la alcoba.
No importa si hablamos de una relación heterosexual u homosexual, es indiferente si la mujer toma el rol masculino y el hombre el femenino o si cambian cada día, pero es necesaria la polaridad energética para que haya pasión.
Cuando hayamos consolidado la igualdad social, económica y política entre hombres y mujeres, y enraizados en ese respeto mutuo, deberíamos pasar al nivel siguiente celebrado las diferencias que permiten la danza de la polaridad masculina y femenina (independientemente de si las encarna un hombre o una mujer). Sin danza entre opuestos, el fuego se apaga.
Y esto nada tiene que ver con los derechos sociales, las carreras profesionales o con las cuentas bancarias sino más bien con la chispa de la pasión que mueve el mundo.