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Norberto Alcover

EN AQUEL TIEMPO

Norberto Alcover

El hombre de la cartera

Con frecuencia, me encuentro en San Miguel al hombre de la cartera. Alto, fornido, espaldas un tanto abrumadas, metódico en sus pasos, ajeno a cuanto le rodea porque lleva auriculares, de oscuro vestido, siempre con su cartera abultada en la mano derecha, avanza impasible como le impone, además, su precaria vista, este egregio mallorquín. Se llama Joan Bestard, canónigo de la catedral, intelectual de alto nivel, de larga trayectoria en la iglesia mallorquina, mano derecha (en su momento) de Teodoro Ubeda, obispo y líder de tantos creyentes isleños, autor de varios volúmenes donde se recogen sus charlas radiofónicas o sencillamente sus reflexiones periodísticas.

El martes y trece de este noviembre, todavía luminoso, presentó su último texto, titulado "Sobre la calidad humana", con este subtitulo : "365 reflexiones, una para cada día del año". No éramos muchos/as en el evento, pero estábamos quienes le queremos y respetamos sus cualidades como sacerdote y sociólogo. Se dijeron cosas inteligentes y amables que enfatizaban su personalidad tan plural y matizada. Y todos los que se aproximaron a Joan, coincidieron en dos rasgos de su identidad que traigo a estas lineas como oro molido : amistad y servicio. Joan ha sido un amigo fiel y servidor de todos sin excepción. Puede que, sobre todo, servidor permanente y arriesgado de esta diócesis mallorquina. Hay que ver la de cosas que se ocultan en este hombre de la cartera con el que me encuentro con frecuencia en San Miguel, esa calle repleta de rostros propios y extraños. La gente. Su gente.

Las sociedades pero también la iglesia descargan toda su complejidad sobre espaldas semejantes a las de Joan Bestard. Pasan quienes acapararon portadas y telediarios, aunque fueran personas inteligentes y valiosas. Permanecen, puede que en el anonimato, esas otras que han amado y han servido. Es decir, que se entregaron al bien común en lo cívico y en lo eclesial. Algunas dejan como herencia hijos que, tal vez, prosigan la senda paterna/materna, otros, como Joan, entregan a la posteridad tiempo gratuito, tiempo trabajado y, lo más relevante, tiempo evangélico. Todo lo lleva en su cartera oscura, en sus pasos un tanto declinantes, en su caminar absorto y metódico. Nunca han vivido para ellos mismos porque han sido, y son todavía, hombres para los demás. Ellos y ellas permiten que la sociedad y la iglesia no se fracturen, más allá de protagonismos estériles y de palabras vacías. Y por supuesto, han soportado críticas, esas mediocridades tan usuales en nuestro lar español que desprecia cuanto ignora. Joan siempre ha seguido su camino, sin pararse a pensar en lo menos porque siempre en lo más, un detalle que sacia todas mis expectativas. Y siempre me pregunto que pensará tal hombre perdido entre tantos otros/as. Siempre.

En 1985, coordinó aquel magno congreso de Evangelización de la Iglesia española que conmovió las carnes de tantos creyentes, ellos y ellas. Eran momentos de gran efervescencia en España y en nuestra iglesia correspondiente. Nos debatíamos entre la herencia conciliar y el desconcierto ante los signos de los tiempos, y Dios sabe en qué acabó todo aquello que produjo tantas esperanzas y tantísimo dolor. Entre muchas personalidades que aparecieron por el congreso, se movía una rápida y ejecutiva, que intentaba poner orden y concierto entre tantas pasiones como andaban sueltas. Alguien me comentó, y podría saberlo, que el sacerdote mallorquín en cuestión, muy bien podría ser un nuevo obispo. Al estar desconectado yo mismo de la iglesia mallorquina, acogí el comentario con satisfacción, pero pasó el tiempo. Por lo visto, su fidelidad a quién la merecía, torció las cosas, pero nunca olvidé aquel comentario.

Hasta hoy, cuando Joan ha soportado tanta vorágine de ideas y de sentires en esta sociedad marcada por el silencio cívico y ese otro silencio espiritual. Pero él está aquí con su último libro. Tal vez cansado pero nunca desprevenido. Permanecen la amistad y el servicio que ha hecho de Joan Bestard un "evangelizador ético" , lo que puede parecer obvio, pero no lo es en absoluto. En sus pasos medidos y contundentes por San Miguel, Joan paseó siempre, gracias a Dios, tal ética humana que le permite hablar con autoridad del Evangelio del Señor Jesús.

Gracias al hombre de la cartera. Muchas gracias, Joan.

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