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Ramón Aguiló

Escrito sin red

Ramón Aguiló

Palimpsestos urbanos

Así como después de una amputación se sigue experimentando el dolor en el miembro ausente, en la Playa de Palma se siente desazón

Quien paseara hace un año por la primera línea de la Playa de Palma habría observado el deterioro de los gruesos y numerosos pilares que sostenían los báculos en cuyos extremos estaban fijadas las luminarias. Estaban especialmente deteriorados aquellos que sostenían las estructuras metálicas que cubrían los balnearios para darles sombra. El deterioro consistía tanto en la presencia de grietas provocadas por las tensiones laterales, lo que sugería un error de cálculo de la estructura del pilar, como en la degradación del hormigón que, demasiado superficial, ofrecía a la vista las armaduras de hierro ya corroídas por el aire salado y húmedo del mar; lo que a su vez hacía pensar en un proceso de encofrado y vibrado del hormigón deficiente. El espectáculo era deprimente.

El proyecto, que realizó la Demarcación de Costas a principios de los años noventa, concebido por el arquitecto Vázquez de Castro, tenía como elemento especialmente significativo, además de los pavimentos, zonas ajardinadas y el propio diseño de los balnearios, la línea de pilares, báculos y luminarias que recorría toda la extensión de la playa. La altura de cada unidad era de unos catorce metros, unos siete cada pilar, otros siete el báculo y la luminaria. La luminaria tenía forma de semiesfera que albergaba en su interior las lámparas. El conjunto atendía, como siempre ocurre con el buen diseño, a un compromiso entre la funcionalidad (una altura suficiente para iluminar amplias zonas) y la estética (el ápice en forma de cúpula, que recordaba a un hongo psilocibe). El grosor proporcionado de los pilares a la altura total del conjunto, atendía a los esfuerzos en los adyacentes a los balnearios y a los esfuerzos de compresión y laterales de los que sostenían los báculos en el resto. El conjunto dotaba a la playa de una imagen de monumentalidad y de diferenciación entre lo estrictamente urbano y la playa.

Al parecer el estado de los báculos también era deplorable y entrañaba peligro para los viandantes. En lugar de proceder a las reformas urgentes necesarias para un lugar tan emblemático para la imagen turística de Palma, el ayuntamiento, responsable del alumbrado público, puso en marcha una reforma provisional que tiene todas las señales de convertirse en permanente. Ya se sabe, tiene otras prioridades que el mantenimiento de las infraestructuras, que dan pocos votos. Quien pasee ahora por la Playa de Palma podrá ver una línea de gruesos pilares, que se extiende a lo largo de la playa, que no sostienen nada. Mejor dicho, en su extremo superior están colocadas tres pequeñas luminarias tipo led de forma rectangular que son las que iluminan malamente la zona por la noche. De tramo en tramo se han colocado sobre los pilares unos mástiles de altura semejante a los antiguos báculos que sostienen cámaras de vídeo de seguridad. De esta forma se ha desnaturalizado de forma drástica el proyecto inicial, rompiendo el equilibrio entre la funcionalidad y la estética. Los pilares no sostienen nada, excepto los de los balnearios; estos últimos, al no soportar los báculos, no revelan el acierto del diseño original que atendía a báculos y estructura de los balnearios. Los mástiles sobre los pilares soportando los chirimbolos de las cámaras de seguridad son un atentado estético y urbanístico insoportable.

En resumen, lo que sugiere la contemplación de este desaguisado urbanístico es que la administración responsable (¿Costas?, ¿ayuntamiento?) ha querido ahorrarse unos millones o endosarlos a los futuros responsables. ¿Que se ven las armaduras de hierro? Se tapan con algún aglomerante protector. ¿Que los báculos están también corroídos? Pues se quitan los báculos y las luminarias existentes y se ponen unas ridículas (en comparación con los pilares) luminarias led. ¿Que conviene poner cámaras de vigilancia? Pues nada, se aprovechan unos pilares que no aguantan nada y se colocan unos mástiles para sostenerlas.

Una ciudad es en sí misma un gigantesco palimpsesto. Pero hay palimpsestos y palimpsestos. ¿Acaso no lo es el museo de Es Baluard?¿O s'Hort del Rei?¿O el propio castillo de Bellver o Dalt Murada con las reformas de Elías Torres? Es la diferencia entre una actuación respetuosa y a la vez enriquecedora en el medio urbano y una mostrenca y empobrecedora, con la excusa de la provisionalidad. No hay provisionalidad que valga. Una cosa es la gestión rigurosa de los recursos públicos y otra muy diferente es el escatimar esos mismos recursos en una prioridad de primer orden como la imagen de la Playa de Palma. Lo que queda no son más que los cutres pecios del naufragio de una modernidad que, ingenuamente, creíamos salvaguardada.

Ahora, cuando voy paseando a la caída de la tarde por la primera línea de la Playa de Palma, y puedo contemplar esa larguísima alineación de enormes pilares que no sostienen nada que les justifique, no puedo evitar una sensación de desasosiego. Los pilares desnudos son interrogantes que preguntan al espíritu de la época por su sentido. Y a lo largo del paseo, sólo lo ausente reclama presencia en un espacio vacío de significado. Así como después de una amputación se sigue experimentando el dolor en el miembro ausente, así también en la Playa de Palma se siente desazón, estética si se quiere, por un proyecto al que se le ha amputado lo que le daba claridad y forma.

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