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Jose Jaume

Desde el siglo XX

José Jaume

El cardenal Ladaria en el disparadero

Luis Francisco Ladaria es el número tres de la jerarquía de la Iglesia católica, el más estrecho colaborador del papa Francisco. El jesuita de Manacor, cardenal arzobispo, prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, antes Santo Oficio de la Inquisición o, lo que es lo mismo: la policía ideológica del Vaticano, protagoniza el nuevo caso de pederastia que ha extendido una viscosa mancha por las diócesis de medio planeta. Ladaria debía ser juzgado en Francia por haber ordenado encubrir a un cura pederasta en Lyon. El príncipe de la Iglesia mallorquín, el alto clérigo con el encargo de velar por la preservación del dogma católico, dio órdenes al cardenal arzobispo de la citada ciudad francesa, Philippe Barbarin, de apartar al cura Preynat, acusado de abusos sexuales, pero "evitando el escándalo público". Lo habitual en la Iglesia: a los suyos se les castiga, llegado el caso, pero otra cosa es informar de lo sucedido. La grey católica y el público en general no ha de enterarse. La transparencia es para Ladaria escándalo público.

Después de lo ocurrido con la comisión para revisar el protocolo sobre la pederastia, que en España ha sido encomendada a un obispo también encubridor, el de Astorga, nos topamos con que el Vaticano invoca la inmunidad diplomática del prefecto de uno de los dicasterios (ministerio) vaticanos más importantes, junto al de la secretaría de Estado (asuntos exteriores), con el propósito de impedir que el cardenal mallorquín se siente en el banquillo de los acusados para dar cuenta de las razones de su encubrimiento.

Francisco, es evidente, no está en condiciones de permitir que caiga uno de los suyos, el colaborador imprescindible para lo que trata de hacer con la institución que gobierna, con la curia vaticana, la estructura más opaca de la Iglesia católica, además de impermeable a cualquier evolución. Pero arropar a Ladaria tiene un coste, tanto para el pontífice como para el cardenal mallorquín, que ha arruinado su imagen de sacerdote íntegro, dispuesto a limpiar el establo del hedor de la pederastia.

La pregunta es insoslayable: ¿cómo creer desde ahora, en la anunciada guerra sin cuartel emprendida por el Vaticano contra los clérigos pederastas, a Ladaria? Y lo que concierne directamente al prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe: ¿puede confiarse en el cardenal arzobispo si se sabe que ha tratado de tapar un caso de abusos sexuales y se parapeta en la inmunidad diplomática para evitar ser juzgado por encubrimiento? Las víctimas que han querido que el mallorquín se tuviera que confrontar con la justicia francesa dicen que se ha puesto en evidencia cómo funciona el Vaticano. Protege a los suyos, afirman, lo que nunca ha dejado de acontecer. La posición de Luis Francisco Ladaria se agrava porque quien sí será juzgado es el cardenal de Lyon, que no ha podido hallar la inmunidad de la que sí está revestido su colega mallorquín.

El caso Ladaria es una mala noticia, porque sin duda está siendo utilizado por la poderosa facción ultraconservadora de la Iglesia católica para proseguir su ofensiva contra Francisco, en la que utiliza el entero arsenal a su disposición. Ladaria ha sido un formidable obstáculo en su estrategia. El Papa no puede prescindir de sus servicios. A un coste muy alto.

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