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Fotografía

De alguna manera, una fotografía es un recorte de la realidad, una forma de fijar el movimiento. Más allá del marco, de los límites de la fotografía, la vida continúa. Durante los días aciagos en Sant Llorenç y alrededores, un fotógrafo mallorquín llamado Miquel Julià fijó con su cámara un instante. No es fácil describir una fotografía, y tampoco creo, o me resisto a creer, que una imagen valga más que mil palabras, a no ser que hayamos dejado de amar el texto, la prosa, la poesía o cualquier documento escrito. La palabra. No olvidemos lo que escribió Susan Sontag: "Solamente lo narrativo puede permitirnos comprender."

Pero vayamos a la estremecedora, por sobria, fotografía del mallorquín. En la fotografía de Julià está casi todo sin quererlo. Un fotógrafo que no busca el exhibicionismo de su captura, sino dar cuenta de la realidad, en este caso, del desastre. Y sí, a pesar de los pesares, hay belleza en esa imagen en la que aparecen dos hombres exhaustos, ya llorados o a punto de llorar, en un descanso más que merecido tras la dura y penosa tarea de limpieza y desescombrado. Dos hombres del pueblo que miran fijamente a la cámara, masticando el pan en una estancia absolutamente apaleada, encharcada y con el barro a la altura de unos cuadros que milagrosamente siguen colgando de unas paredes embarradas. Es la hora de la merienda del trabajador, y sabemos que en las afueras de la fotografía las calles están obstruidas por unos vehículos en posiciones inverosímiles, los sofás, las sillas y los somieres, que los vecinos y voluntarios llegados de otros puntos de la isla siguen trabajando de lo lindo, además de los militares y guardias civiles y que la prensa está también ahí, con sus micrófonos y sus retransmisiones. Y, sin embargo, la fotografía de Miquel Julià es interior e íntima, de una sencillez conmovedora. Dos hombres silenciosos, soportando la procesión que por dentro va, masticando el pan justo y necesario.

El buen fotógrafo es también, o debería ser, un fotógrafo moral que no por buscar la belleza, en este caso doliente, olvida que en este caso la fotografía es un documento gráfico. Eso es, una revelación en toda regla. No en vano, el verbo fotográfico por antonomasia es revelar. Un epifanía negativa, que diría tal vez, y de nuevo, Susan Sontag. Y, sobre todo, un buen fotógrafo no es aquel que repite hasta la náusea las imágenes que segregan los medios de comunicación, regodeándose en el desastre, sino el que trabaja con respeto. Hoy, que cualquiera de nosotros abusa, vía teléfono móvil, de las imágenes, haciéndolas proliferar hasta la saturación, atendamos a esta clase de fotografías únicas. En los ojos de estos hombres están reflejados los ultrajes de la naturaleza, la vulnerabilidad y fragilidad del ser humano, pero también un orgullo de fondo. Un orgullo mudo y dolido, pues se trata de arreglar este desaguisado, de ordenar este caos, de adecentar el pueblo, la casa propia y ajena. Un emotivo trabajo en cadena. Plorant, fent feina i berenant amb el poble", es el título de la foto de Miquel Julià. Tres verbos fundamentales para afrontar con entereza, coraje y arrojo esta descomunal tarea, este dolor. Tal es el ojo clínico, poético, moral y necesario del fotógrafo.

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