Diario de Mallorca

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Mercè  Marrero

La suerte de besar

Mercè Marrero Fuster

Estar cuando te necesitan

El carácter mallorquín me gusta. Tiene algo de austero, algo de sencillo, mucho de informal y un punto de distancia con el que, así son las cosas, me siento cómoda

Nacer es azaroso. Hacerlo en un lugar del mundo y no en otro, también. Aunque a veces lo olvidemos, haber caído en esta isla es de las mejores casualidades que podrían habernos sucedido. Una fortuna que, como buena mallorquina, disfruto con cierta discreción. Como muchos de los que somos de por estos lares, no concibo viajar sin varios paquetes de Quelitas. Son una especie de comodín gastronómico que me da seguridad. O eso creo. Sonrío cuando escucho nuestro acento en una cola de un museo de por ahí o deambulando por Oxford Street. Siempre, siempre me alegra volver a la isla. Aunque solo haya pasado un día fuera. Es vislumbrar el perfil de la Serra de Tramuntana y suspirar. Es aterrizar y pensar "Què s´està de bé a Mallorca". Uso el "ja te diré coses", cuando se trata de quedar con alguien y el "pot anar" o "anam fent", si me preguntan cómo estoy. El carácter mallorquín me gusta. Tiene algo de austero, algo de sencillo, mucho de informal y un punto de distancia con el que, así son las cosas, me siento cómoda. Solo los mallorquines pueden plantarse en un restaurante de estrella Michelin en chanclas y bermudas, sin que nadie se extrañe. Autenticidad, lo llamo. Hay lugares en el mundo maravillosos que anhelo visitar y, sin embargo, quiero poder volver siempre aquí. A mi casa. A un paraíso que algunos no saben respetar. Y esa es otra característica que se ve con frecuencia por aquí: la actitud de "pan para hoy y hambre para mañana". Con esa manera de hacer, con esa inconsciencia egoísta vamos perdiendo mucho por el camino. Territorio, barrios, pueblos y ciudades. Me entristece que nos vendamos porque jamás podremos volver a comprarnos. De eso sabemos algo.

Tengo amigos maravillosos venidos de fuera. Se enamoraron de la isla y aquí se quedaron. No me extraña. Son listos. Sin embargo, pese a vivir, trabajar, procrear y disfrutar de la isla, casi todos, en algún momento, me han hablado mal de los mallorquines. Con mucho cariño, eso sí. Eso espero. Me han espetado que somos sosos, individualistas y cerrados y, ante esa crítica, siempre echo mano de la respuesta de manual: "sí, pero cuando nos abrimos, lo hacemos de verdad". Porque si hay que soltar tópicos, a ver quién lo suelta más grande. Aunque, puestos a ser honestos, reconozco que no somos especialmente salerosos y tampoco abrimos nuestra casa a los cinco minutos de conocer a alguien. Pero, ¿es necesario hacerlo? Hasta hace una semana, admito que me manejaba bien con eso de que somos un pelín individualistas. Ahora lo sigo pensando, aunque con matices. Muchos.

La tragedia de la zona de Sant Llorenç y cómo la población se ha volcado en lo importante y esencial es una lección. De solidaridad, unión, tesón e inconformismo. Siento orgullo de la reacción colectiva. Del apoyo incondicional para volver a construir una gran zona. De los mensajes, los artículos y la respuesta de la gente. De los jóvenes, de los mayores y, también, de Rafa Nadal. De todos y de cada uno de los que limpian las calles y, discretamente, lloran las vidas que arrastró el agua. A todos los que sufren y a todos los que añoran, sepan que los de aquí estamos cuando nos necesitan.

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