No sé de qué vale esforzarse en desmontar con argumentos históricos la barata demagogia patriótica de los líderes del PP cuando repiten como papagayos que España es "la nación más antigua" de Europa. Se sabe, y lo saben también ellos, que su aseveración no es cierta, pero es lo que desean oír quienes van a sus mítines a agitar banderas y corear insultos contra los que "sólo quieren romper España".
Y además, aunque España fuera más antigua que Francia o Inglaterra, ¿qué habríamos ganado con ello?, ¿de qué nos serviría?, ¿de qué viejos complejos nos liberaríamos? Nada más pueril o estúpido que calificar hiperbólicamente el "descubrimiento" de América como "la etapa más brillante, no de España, sino del hombre, junto con el Imperio romano".
Todo el mundo sabe que aquella gesta tuvo sin duda sus luces, pero también muchas más sombras: codicia, genocidio, esclavismo, expolio de los recursos naturales. Abundan, por desgracia, entre nosotros los patriotas de hojalata, políticos que demuestran su patriotismo arrojando piedras sobre el propio tejado. Políticos cuyo concepto de la lealtad consiste en viajar a Bruselas para poner allí en entredicho las cuentas públicas de un Gobierno cuya legitimidad democrática son incapaces, en su soberbia, de reconocer.
