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Matías Vallés

Al Azar

Matías Vallés

Camargo se creyó que podemos

El último ministro mallorquín lleva fecha de 2000 y se llamaba Jaume Matas. En el mediocre desierto local, elogiar a un político es más peligroso que fiarse de una predicción meteorológica. Laura Camargo constituye la digna excepción. La diputada ofrecía el perfil idóneo de quienes se incorporaron al mapa electoral para combatir la casta bipartidista, a diferencia de unos compañeros regionales, insulares y palmesanos que ofrecen el elenco ideal para una representación de Marat Sade. No olvidamos la cobardía de una líder natural que se escabulló de sus servidumbres, porque estaba obsesionada por salvar su interinidad en la Universitat. Con todo, su salida del Parlament es una pérdida.

Camargo no solo se creyó que Podemos, también fue clave para demostrar que esa fórmula resultaba factible incluso en la descreída Mallorca. Ahora da un portazo porque no se resigna a ser apéndice de un PSOE al que en Balears han derrotado en las dos últimas elecciones generales. La subsidiariedad de los emergentes supone un drama interno, a los laicos nos preocupa más que el Pacto de Progreso vigente apenas se distinga de los dos anteriores, salvo en la energía añadida por Francina Armengol antes de desplomarse en Sant Llorenç.

Los numerosos votantes de Podemos siempre estuvieron por encima de sus representantes. A excepción de la profesora y del juez Yllanes, los evidentes líderes del movimiento dieron un paso atrás. Se promocionó a un hatajo de restos de serie que no hubieran desentonado en PP o PSOE, pero que presumiendo de antisistema se libraban del meritoriaje partidista. No se ganó una revolución para derribar Sa Feixina, por citar otra de las batallas fallidas de una formación que se ha limitado a aplaudir al PSOE ahora renacido. Camargo, izquierdista encima, era todo lo que quedaba de Podemos para bien o para mal. Y se va.

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