Diario de Mallorca

Diario de Mallorca

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Enfangar el fango

Es iempre he pensado que lo más valioso de una persona es lo que no podría perder en un naufragio. Lo que la define: su bondad, su inteligencia, su empatía. O todo lo contrario. Los contravalores también sobreviven a las tragedias, por desgracia. Se cumple una semana de la peor catástrofe de la historia reciente de Balears. Una enorme ola en tierra arrastrando todo lo que se encontraba a su paso. También vidas humanas. 12, de momento. Y Arthur. Porque vivían en una zona potencialmente inundable, como otras cuantas en Mallorca. Y, desde Aristóteles, la potencia tal vez se actualiza. Se niega. Se convierte en acto, en desolación, en impotencia.

Como periodistas, días hablando de número de muertos y desaparecidos nos dejan tocados. Hay que contarlo. Al minuto. No puedes personalizar a 'la víctima número siete', o a los 'tres desaparecidos oficiales' a esta hora, porque te echarías a llorar en directo. Hasta que paras. Llegas a casa y cenas cerveza, pensando en que esa máquina excavadora que has visto trabajar todo el día está buscando a un niño de seis años. Y en su hermana. Esa niña que vio desaparecer a su madre y a su hermano arrastrados por el agua. En cómo marcará eso el resto de su vida.

Y entonces das las gracias. Al chaval que pasaba en bici y la sacó del agua. A uno de los primos de su madre, uno de los Bombers de Mallorca, que estuvo trabajando incansablemente para ayudar a los demás, olvidando su propio duelo. A la Unidad Militar de Emergencias -otra vez-. Metidos en el barro casi hasta el cuello. A la Guardia Civil, que salvó vidas sacando a la gente por la ventana de su casa en medio de la riada, que -casa por casa- llamaba a la puerta por si alguien necesitaba ayuda. Y te das cuenta de la catadura moral de los raperos que mandan al pueblo de al lado a matar guardias civiles.

Este artículo es una catarsis. He visto gente que lo ha perdido todo, salvo lo importante: familia, amigos, la sonrisa. La misma que agradecía con lágrimas en los ojos la ayuda de los miles de voluntarios que también han llegado como una riada al Levante mallorquín. Muchos de ellos, jóvenes. No está todo perdido. Hay esperanza en el futuro. He visto dolor y tristeza, pero también solidaridad y entusiasmo. Y nadie, con sus odios, politiqueos o sed de venganza puede empañar eso. Como le he leído a Miquel Àngel Barrios estos días, qué más dará si Rafa Nadal, Sánchez, Casado o los reyes se acercaron o no. Bienvenidos sean si ofrecieron un solo segundo de consuelo a los damnificados.

La miseria moral no descansa. Usar esto para guerras particulares con la excusa de la lengua, los gobiernos socialistas o la madre del cordero es de valientes canallas. Criticando desde el sofá a militares o tenistas que se arremangaron para quitar fango. ¿Hubo errores? Puede que alguno. Equivocarse es humano. Tal vez el problema es nuestro ego. Pensamos que somos infalibles, indestructibles. Que la tecnología gana siempre a la naturaleza. Y, si no es así, buscamos chivos expiatorios. No hay torrente que aguante el cauce del Ebro, que es lo que pasó en Sant Llorenç. Un pelín de humildad no estaría de más para ponernos a la altura de quienes han ayudado sin preguntar ideologías. No dejemos que nada empañe su trabajo. Ya hemos tenido suficiente fango.

Compartir el artículo

stats