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Joaquín Rábago

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Joaquín Rábago

La funesta religión del crecimiento

El crecimiento económico a toda costa se ha convertido en la nueva religión, que, si no le ponemos remedio, acabará destruyendo el planeta. A desmitificar lo que califica de "mito moderno" se ha dedicado el suizo Gilbert Rist, profesor de estudios internacionales y del desarrollo de la Universidad de Ginebra. El autor de La Tragédie de la croissance (publicado en francés por Preses de Science Po en 2018. Un libro anterior suyo traducido al castellano es El desarrollo: Historia de una creencia occidental, en editorial La Catarata) denuncia la actual práctica de mercantilizar tanto lo que nos ofrece gratuita y generosamente la madre naturaleza como las propias relaciones sociales. En los países que llamamos desarrollados, explica Rist en una entrevista con La Décroissance (en el número doble de julio y agosto), todo "se compra y se vende: la tierra, el agua, el trabajo, el acceso a la playa, el espacio público donde aparcar el coche, las semillas patentadas por las multinacionales".

Que el crecimiento y el llamado progreso puedan desarrollarse hasta el infinito es algo que, según Rist, distingue radicalmente a la cultura occidental de las demás. En otras culturas, quien se enriquecía, debía necesariamente redistribuir parte de sus bienes so pena de verse excluido de la comunidad. En África, por ejemplo, a nadie se le ocurría vender la tierra, y el jefe de la comunidad redistribuía periódicamente las parcelas cultivables según las necesidades de cada familia. Rist recuerda un sabio aforismo de Gandhi según el cual "hay en el mundo de todo para cubrir las necesidades del ser humano, pero no para colmar su avidez".

En las sociedades tradicionales, todos se contentaban con una cierta "frugalidad compartida", lo cual no impedía, agrega Rist, que se tirase la casa por la ventana con alguna ocasión que celebrar: un matrimonio, unos funerales. Lo que los economistas llaman "el efecto de demostración" ha generalizado "el deseo colectivo de acceder al modo de vida occidental".

Pero esto, afirma Rist, es inviable "ya que se basa en el saqueo de los recursos naturales, de los que carecen precisamente los países ricos". La propiedad privada es "la principal institución que exige el crecimiento", explica el pensador suizo, quien recuerda que hasta la Revolución Francesa no se podía vender ni comprar la tierra, sino que ésta se adquiría mediante la guerra o el matrimonio.

Todo eso ha cambiado: hoy ni siquiera es necesario disponer de la suma completa para comprar algo, sino que el banco estará más que contento de hacer el préstamo necesario a condición de recibir determinados intereses. Hoy en día, casi todas las empresas y numerosos particulares están endeudados y han de hacer frente a sus onerosas obligaciones financieras, dice Rist.

"Pagar los intereses y devolver el principal se ha convertido en una espiral infernal. Para la mayoría de los Estados, la deuda alcanza tales proporciones que no bastan todas las medidas de austeridad para eliminarla". "El servicio de la deuda obliga a tomar nuevos créditos, que no hacen sino agravarla€ para beneficio exclusivo de los bancos", explica.

Rist critica el hecho de que la enseñanza de la economía sea igual en todas partes: lo mismo en París que en Nueva York, Santiago de Chile, Moscú , Lagos o Calcuta. Y esa enseñanza lleva siempre la marca del eurocentrismo. "¿Cómo explicar el origen reciente de las catástrofes ecológicas que nos amenazan, se pregunta, si no es por el antropocentrismo occidental que ha efectuado un corte radical entre los seres humanos y la naturaleza". Si es ciertamente ilusorio volver al pasado, podemos al menos inspirarnos, dice, en "los sistemas simbólicos complejos que regulaban las relaciones entre los humanos, por un lado, y entre ésos y los no humanos, por otro". Su propuesta es "sustraer al mercado los bienes comunales, considerar a la naturaleza como una compañera y no como una mercancía o una esclava".

Y agrega Rist: "Podemos relocalizar la producción, instaurar la gratuidad de los transportes públicos, obligar a que las mercancías circulen por las líneas ferroviarias y no por las carreteras". Deberíamos también "reducir la duración de la jornada laboral para fomentar las actividades benévolas de interés general, promover las cooperativas sin fines lucrativos, gravar fuertemente la especulación inmobiliaria y financiera".

Decrecimiento: ¿Pura utopía o única posibilidad de salvar un planeta encaminado a la destrucción por culpa de la mercantilización de todo, la inconsciencia de una mayoría y la irresponsable codicia de algunos?

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