A caballo regalado no se le mira el diente" dice un popular refrán español. Y eso es lo que han debido de pensar todos esos políticos a los que la madrileña Universidad Rey Juan Carlos regaló un máster. Lo obtuvieron con el mínimo esfuerzo, con todo tipo de trampas, incluida la supuesta falsificación de firmas de profesores, para indignación y escándalo de tantos estudiantes que no tuvieron las mismas facilidades. Los responsables del centro universitario debieron de pensar que les prestigiaría poder contar en un futuro entre los adornados con tan rimbombante título a líderes políticos, posibles ministros e incluso a algún jefe de Gobierno. Desde los cambios a los que obligó la adopción de la reforma universitaria europea conocida como proceso de Bolonia, los másteres se han convertido ante todo en un lucrativo negocio para nuestras universidades. Pero ya sabemos al menos desde tiempos de Quevedo que el nuestro es el país de la picaresca -y también del enchufismo- y no debería pues extrañarnos encontrar ambos fenómenos en nuestro mundo académico.
Han fallado los organismos de control, y habrá que exigir cuanto antes responsabilidades, pues las hay tanto entre los beneficiados irregularmente con esos títulos como entre quienes se los concedieron tal vez con la esperanza puesta en futuros favores. Resulta patético soportar un día tras otro las explicaciones de unos políticos empeñados en defenderse hasta el último momento como gatos panza arriba en lugar de apechugar con las consecuencias de sus actos.
Es aburrido tener que aguantar la desvergüenza con la que esos tramposos y sus incondicionales, tomándonos a los ciudadanos por tontos, tratan una y otra vez de justificar lo injustificable. Y perder mientras tanto el tiempo con asuntos que en otros países en los que nos gusta mirarnos se resolverían inmediatamente con la dimisión de los pillados. Como ha terminando haciendo la ministra del PSOE. Sobre todo cuando este país tiene en este momento tantos y tan graves desafíos planteados.
