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Antonio Tarabini

Entrebancs

Antonio Tarabini

Crónicas estivales (V): El abuelo italiano

Tengo una pierna mallorquina y la otra italiana. Y no renuncio ni a una, ni a otra. Dicho lo cual, les confieso mi estado de ánimo alterado ante la nueva Italia, los nuevos italianos e italianas, que me resulta difícil de reconocer. ¿Qué resta de aquella Italia tolerante, plural, divertida, llena de matices e incluso de contradicciones? La "nueva" Italia de Salvini es intransigente, radical, conmigo o contra mí, xenófoba. Sin nostalgia, regreso a parte de mi historia vivida de modo discontinuo en Italia, concretamente a un personaje insólito, mi abuelo, mi nonno.

Después de mi aventura ferroviaria descrita hace unos años en otra crónica, regresé a Italia está vez con mi madre el verano de 1950. Hacía escasos meses que mi padre había salido de la cárcel, gracias a las influencias de un cardenal amigo de la familia. La familia se trasladó a un gran caserón con sus viñedos, que eran (¡o habían sido!) propiedad de mi casi feudal abuelo. Mi padre, libre después de largos años, no se encontraba a sí mismo, perdido en medio de la nostalgia. Comunicarse con él era imposible. Mi abuelo, mi nonno, acostumbrado al dolce far niente propio de la saga de los Tarabini-Castellani, se había quedado ciego "gracias" a una caída en las bodegas de la finca después de una fantástica borrachera celebrando una buena cosecha. Y sin embargo seguía comunicativo, fue mi tabla de salvación. Cantaba bellas canciones. Se convirtió en experto de rellenar raviolis. A pesar de su ceguera me enseñó a ser un furbo (un pillo), y a conducir lentamente un hermoso carro tirado por dos caballos. Mi madre traslucía desconcierto, tristeza€ Mi abuela, persona sencilla, hacía lo posible para crear un clima familiar. Después de un mes y medio, mi madre y yo regresamos a Mallorca, para comenzar mi bachillerato en Montesión.

Regresé varias veces años después. La situación económica había cambiado, la personal, intrafamiliar y social no. A mi padre se le reconoció su carrera militar a cambio de su inmediata jubilación. Vivíamos en Módena, en un piso bien ubicado, cómodo y próximo a la trattoria de la familia Pavarotti, donde cada día comíamos. Mi nonno, ya vejete, no había perdido su sentido del humor repleto de agrio sarcasmo. Me contaba historias, parte de su peculiar vida. Siendo ciego, gracias a su tacto leía los números de las fichas, me vencía a dominó. Con mi padre continuaba el silencio. A mis 15-16 años comenzaba a tener mis propias ideas que chocaban frontalmente con mi padre anclado en el fascio. Y menos cuando años después, en 1962, le comuniqué que era jesuita; y se enteró de que tenía contactos con socialistas italianos, algunos de Módena, para documentarme en mi tesina cuyo título era Historia crítica del socialismo italiano. Mi abuelo al oír la discusión dijo "¡avanti!", no sé si para decirme que tirara adelante o se refería con sorna al nombre del diario socialista. Intenté que se "mojara". Lo hizo a su manera. Me dijo que Musolini era un "stupido da merda". Me intentó explicar (?) el fascismo de mi padre. No lo excusó, pero como buen machista la causa radicaba en la "falta de carácter" de su madre, dado que él nunca ejercició de padre (sic). También fue mi nonno el que me cambió las tornas de la afirmación cartesiana "Pienso, luego existo" por otra "Pienso, luego dudo".

Mi padre falleció de muerte repentina en 1980.No me pude despedir de él. Pero, aunque tarde, regrese a Módena pocas fechas después. Conocí a nuevos familiares y amigos de mi padre que me indicaron, no sé si para complacerme, que había mejorado su carácter. Como herencia, además de otros enseres, me encontré un segundo coche. Un Panda utilitario. Regresé con él. En la frontera pasé sin dificultades: si yo era de Mallorca interpretaron (?) que la matrícula del coche (MO de Módena) significaba Menorca. Cohabité con él unos años, y finalmente se lo regalé a Alfonso Meaurio.

Y me quedé con la sombra de mi abuelo. Alto, fornido, cabeza pelada, buena panza, rostro sonriente, mirada al frente. De él aprendí una cierta "pillería", a ganar al dominó usando memoria gráfica, a hacer uso de un cierto sentido del humor incluso como autodefensa, y una tendencia a la duda agnóstica (la suya era más cínica) frente a hechos y opiniones que otros consideran infalibles. La ventaja puede ser que te permita moverte con mayor libertad. El inconveniente puede ser que otros, personas e instituciones, consideren que no acabas de mojarte, confundiendo lealtad crítica con fidelidad indiscutible.

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