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La velocidad y el elitismo

En Francia, la velocidad en las carreteras convencionales —las de doble sentido, sin separador físico de direcciones— se ha reducido de 90 a 80 kilómetros por hora, pese a la generalizada oposición de los ciudadanos, que lo han manifestado en multitud de declaraciones y a través de todas las encuestas de opinión.

La medida reducirá la siniestralidad y la mortalidad en las carreteras más peligrosas —pueden ahorrarse al año entre 300 y 400 vidas, según los expertos— pero ni así se ha conseguido convencer a la Francia rural de la bondad de la medida: los franceses de las pequeñas localidades creen que una medida como esta sólo podía haber sido adoptada por las elites urbanas que van en transporte público (cuando no en coche oficial), ya que el quebranto que sufre el campo con sus habitantes a paso de tortuga es objetivo y criticable.

No ha faltado quien ha resuelto el problema por reducción al absurdo: si lo único que se quiere es reducir la siniestralidad, aun a costa de la movilidad, lo más lógico sería prohibir los automóviles y obligar a todos a circular a pie, en bicicleta o en vehículos "de tracción a sangre" como todavía se dice en sudamérica. La tecnología es onerosa siempre, y la habilidad estriba en volverla innocua sin renunciar a ella.

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