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Antonio Papell

Cataluña: el efecto Sánchez

La primera encuesta de opinión publicada este domingo por la gran prensa catalana tras la llegada de Pedro Sánchez a La Moncloa refleja algunos movimientos telúricos en el electorado. Vaya por delante que en la simulación de las elecciones autonómicas, el soberanismo no decrece „mantiene los 70 escaños actuales y registraría una leve subida en porcentaje, hasta el 49%„, aunque la organización más pragmática y realista que es ERC sobrepasa notoriamente a la desnortada PDeCAT (cuatro puntos porcentuales y cinco escaños más); además, ERC adelantaría por muy poco a Ciudadanos y se registraría un leve ascenso del PSC, que ganaría dos escaños. Se apreciaría en definitiva un visible trasvase de voto desde JxCat a ERC y, en menor medida, de Cs al PSC.

En la encuesta referente a las elecciones generales, el PSC, impulsado por el efecto Pedro Sánchez „por el acceso del socialismo al poder„ sumaría más de siete puntos a su apoyo actual y se convertiría en primera fuerza en las elecciones generales. Los socialistas catalanes de Miquel Iceta aventajarían en cuatro puntos a ERC y en más de siete a los comunes, primera fuerza en los comicios del 2016. Esta nueva correlación electoral se explicaría, en el caso de los comicios legislativos, por una importante transferencia (de casi el 20% de los votos) desde Cs al PSC, que captaría también uno de cada diez electores de ERC, JxCat, los comunes e incluso el PP.

El PSOE, al igual que Ciudadanos, prestó la más absoluta lealtad constitucional al Partido Popular en su gestión ejecutiva del conflicto catalán, incluida la aplicación del artículo 155. Pero es notorio que el talante de Sánchez ante el soberanismo muestra serias diferencias con relación a la postura plana que adoptaba Rajoy. Los problemas políticos no se resuelven solos, a pesar de que Rajoy haya llegado a defender en público lo contrario y ha considerado un mérito la pasividad y la apatía, y es evidente que una parte de la sociedad catalana se ha ilusionado con la expectativa de que sea posible alcanzar un equilibrio civilizado entre nacionalismo y constitucionalismo, como fue durante décadas. Después de todo, durante toda la etapa de Jordi Pujol, CiU ganaba sistemáticamente las lecciones autonómicas, en tanto el PSC ocupaba la primacía en la elecciones generales y municipales. Seguramente, mucha gente de paz de Cataluña añora aquel creativo equilibrio que era el que regía en los años fecundos que precedieron a los Juegos Olímpicos de Barcelona y en el periodo inmediatamente posterior.

Sánchez no ha dado pie a engaño alguno: su opinión sobre el actual presidente de la Generalitat, Torra, ciertamente emitida antes de la moción de censura que derribó a Rajoy, fue bien explícita: sus escritos han destilado xenofobia y racismo, atributos incapacitantes en quien pretende ser un líder democrático. Pero el conflicto, que afecta a la colectividad catalana, debe ser resuelto mediante alguna fórmula de conllevancia que lo mitigue, lo haga llevadero y no lo convierta en una pesada losa que frene en seco el desarrollo catalán, e indirectamente el español.

El derecho de autodeterminación no está ni estará sobre la mesa. Tanto porque ningún estado democrático maduro va a admitirlo cuanto porque los soberanistas saben que juegan un papel desairado y hasta ridículo al reivindicarlo sin disponer siquiera de una mayoría de electores. Pero todo lo demás puede negociarse para buscar el interés general.

Esta negociación está claramente entorpecida por la judicialización, lógicamente irreversible, del problema, que no hubiera tenido lugar si los soberanistas no se hubieran echado al monte? y si Rajoy hubiera actuado más prematuramente, antes de que se cometieran delitos. Pero así y todo hay salidas, y deben explorarse con la mayor discreción posible y con toda la intensidad necesaria. Parece que una parte creciente del soberanismo así lo entiende, pese a ciertos aspavientos, y como la disposición de la otra parte es favorable a la entente, no puede descartarse que el primer problema de este país empiece a encarrilarse más pronto que tarde.

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