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Norberto Alcover

EN AQUEL TIEMPO

Norberto Alcover

Un tipo llamado Putin

Contemplaba hace un par de días un docureportaje en Cuatro sobre Vladimir Putin y su lugar en la Rusia actual. Más en concreto, un excelente conductor del espacio intentaba que rusos y rusas, de distantes edades y puntos de vista, explicaran la razón de que mientras casi un 85% de los rusos aplauden a Putin como gobernante, Europa lo deteste y relegue a la cola de sus intereses. Y la respuesta era repetida y sencilla: "Los rusos necesitamos gobernantes duros, pero que además nos hagan sentirnos, de nuevo, determinantes en el mundo, como antes". Oposición relegada al rincón, entre otras razones porque el Presidente mantiene recuerdos prácticos de la KGB que, según alguno de los encuestados, le sirven para mantener la sociedad rusa ojo avizor ante cualquier tentación de queja en la calle y no menos en privado. En fin, en general, un paseo por la alabanza, la admiración, incluso por la probabilidad de que nadie mejor que nuestro Putin en estos momentos.

Y uno piensa en Trump, por ejemplo. Y sabe que el hombre del pelo, amarillo es muy parecido a Putin. Duros e inflexibles con los adversarios pero condescendientes con los votantes y sobre todo con los amigos de siempre. Tanto a uno como a otro, la opinión ajena les tiene sin cuidado, aunque mientras Trump se salta la legalidad a la torera. Putin lo haga de manera mucho más sutil, menos visible y más soterradamente. Trump lo intenta con el FBI y CIA y Putin lo lleva a cabo con KGB. El escrúpulo no cuenta porque los índices de popularidad suben cada día, el paro disminuye, el dinero circula mucho más, un nacionalismo descarado va viento en popa, y para colmo los adversarios se hunden en contradicciones intestinas y buscan alianzas renovada a derecha y a izquierda. Trump y Putin se mantienen en un aire de totalitarismo democrático, tan de moda en el planeta y cada vez más. Si volvemos la cabeza. Erdogan sonríe, los gemelos polacos mueren de rima y Maduro se afianza mientras ahoga cada vez más. Y uno recuerda a Castro. Y mira de frente a Ortega. Y piensa, sin decirlo, que el líder tan rechoncho coreano es más listo que todos los demás, y que ante la zanahoria del burrito todos acabamos por morder la pieza y olvidarnos del palo posible. Hay mucho Putin suelto por ahí. Muy cerca.

¿Cómo evitar estas situaciones? La respuesta no es tan fácil. Organizar movimientos liberales, en el sentido prístino de la palabra, puede acabar en derramamientos de sangre casi inútil, en víctimas carcelarias, en desapariciones electrizantes. Solamente quedan dos caminos: en algunos casos, la educación que se adquiere mediante la relación con el exterior, viajar y comparar, volver y comentar, y mientras tanto, ocupar espacios sociales de futuro. Un camino largo y costoso, pero que encuentra en Tiannamen referente obligado. Otra posibilidad es calcular desde adentro una toma posible del poder, en la administración, en la economía, en la cultura, de forma que tras una generación, o tal vez dos, comience a vislumbrarse alguna palabra de libertad desde las cúpulas en el poder. ¿Se abdica de la opción política pura y dura? Para nada. Pero es una cuestión de "formalidad pragmática" para evitar desmoronarse en el vacío de la inutilidad y de la represión. Porque los apoyos exteriores no aparecen por encanto y las promesas de amistad se convierten en naderías a la hora de aplicar instrumentos amigables. Nada digamos de soluciones a la siria, que destrozan un país para después repartirse el b botín de relanzarlo. Menudo negocio.

Nosotros, occidentales y europeos instalados en una sociedad medianamente satisfactoria, vivimos alejados de estas preocupaciones, porque lo único que nos interesa es lo que nos rodea y afecta de inmediato. Pensemos, por un momento un detalle: España ha abierto sus puertas al "barco de los despreciados" con una generosidad admirable, pero otra cosa son las pensiones, otra cosa es la dependencia, otra cosa es el salario mínimo y otra muy diferente, por supuesto, es la desigualdad imperante y que debiera movilizarnos. Problemas instantáneos, sí merecen nuestro apoyo incondicional. Problemas estructurales, es otra cosa. Y así caminamos hacia una colisión de la que preferimos nunca charlar.

No tenemos, pues, que extrañarnos que la Rusia actual opte por Putin. Afianza la seguridad en momentos de inseguridad. El dinero parece aumentar. Y el Estado está ahí como quien está más allá del bien y del mal. Uno piensa que nosotros, tan demócratas, en muchas ocasiones soñamos con algo semejante. Pero no es democrático decirlo. Como no es de buen gusto confesar que leemos lo que leemos de verdad. Siempre queda mejor decir que leemos a Roth.

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