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Marga Vives

POR CUENTA PROPIA

Marga Vives

Efecto mariposa

Gaza esta semana las protestas se han saldado con una masacre horrible, con más de medio centenar de muertos y otras dos mil personas heridas. Algunos testimonios relatan que el armamento utilizado era especialmente destructivo, diseñado para despedazar huesos y tendones, en una ofensiva indiscriminada, como vienen siendo desde hace tanto tiempo. En Manacor hace un par de días un individuo entró en un salón recreativo pertrechado con un martillo y le destrozó la cara a una empleada para reducirla presuntamente sin darle opción a que le permitiera llevarse por las buenas un botín de 2.000 euros. A una distancia abismal entre si, lo que sin embargo vincula estas dos historias a mi modo de ver es que en ambas existe un ensañamiento inesperado, en el primer caso porque ya hay suficiente crueldad en el acto de matar como para esmerarse en que la muerte sea atroz. En el segundo caso tampoco es necesaria ninguna otra argumentación que ilustre la saña empleada.

Nuestra mente tiende a conectar impresiones similares sobre acontecimientos aparentemente distintos que sin embargo comparten un mismo cariz humano, de manera que si abrimos el periódico y desde sus páginas nos bombardea una actualidad repleta de sucesos terribles como los anteriores probablemente consideraremos que el mundo es un lugar frágil, donde todo lo estable zozobra a la mínima. Un episodio de violencia inusitada a escasos kilómetros de nuestra casa amplifica nuestro sentido de la indefensión ante hostilidades geográficamente remotas que en otras circunstancias nos harían sentir bastante menos vulnerables. Se trata de una especie de "efecto mariposa" emocional, aunque la teoría del caos, de la que se deriva ese fenómeno, es mucho más compleja y su impacto, infinitamente más sutil o sibilino, según la ocasión.

Hace ya casi dos décadas el que fuera secretario general de la ONU y Nobel de la Paz, Kofi Annan, recordó que somos "inter-retro-dependientes". Todo tiene que ver con todo, y por eso cualquier gesto, por minúsculo que sea, puede provocar una gran transformación. Annan tomó como referencia las teorías de los meteorólogos de los años 60 del siglo pasado, que trataban de averiguar si dentro del desorden de un sistema inestable como el del tiempo meteorológico existía la posibilidad de crear un patrón de comportamiento. Concluyeron que era imposible la predicción a largo plazo pero sí lograron detectar que los valores de los cálculos producían un leve redondeo que a la larga generaba cifras totalmente distintas de las iniciales. El experimento del matemático Edward Lorenz ha sido inspiración para el cine y la música, además de su aplicación científica, pero lo más fascinante es que teoriza sobre el poder transformador de los pequeños e invisibles fragmentos de la realidad. El efecto al que se refiere no tiene que ver con sucesos espontáneos, sino con los resultados aparentemente abruptos de un movimiento prolongado. Lo que pasa es que casi siempre prestamos mucha más atención a la consecuencia que a la inercia que la ha provocado, y por eso muchas cosas nos parecen repentinas. Por ejemplo, en política, salen las encuestas y sobreimprimen la muerte del bipartidismo como si nos hubiera pillado por sorpresa, un par de comicios después de que apareciera en escena. La constatación de hoy la trae la resaca de esa primera agitación porque entre medias no ha habido cambios para detener la ola generada.

Y luego está el proceso político en Cataluña, en torno al que una mariposa gigante ha batido las alas y su onda expansiva remueve en otros territorios querellas que ya se consideraron resueltas. En Balears, los defensores de estos contenciosos hacen saltar la alarma del independentismo radical, hablan de semillas demoníacas y alertan de que viene el lobo nacionalista para justificar el litigio contra unas subvenciones a la rotulación en catalán que llevan décadas concediéndose sin mayor problema. Vienen a decir que lo de Cataluña es contagioso y que está a punto de suceder aquí. Parece lógico que viendo el avance de Ciudadanos en las encuestas y en el CIS, tanto el PP como el PSOE se planteen cómo recuperar a ese sector de votantes que más recela del catalanismo, pero hacerlo convirtiendo la normalización de la lengua en un síntoma de epidemia me parece un error tremendo por su parte, porque está visto, y aquí lo hemos comprobado la pasada legislatura, que agitar las alas de ese discurso contribuye a una enorme división social en torno a una cuestión que ahora mismo no necesita ser discutida. A no ser que sea esa, dividir, la estrategia que se han marcado algunos.

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