Diario de Mallorca

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Hay cosas tan obvias que parece mentira que haya que recordarlas pero, por desgracia, así es. Bien obvio resulta que en esta isla se habla una versión del catalán al que casi todos llaman mallorquín. Con el menorquín y el ibicenco, el panorama se amplía dotando de riqueza y vigor al universo del que proviene que es el latín.

Pero lo que resulta innegable es que la lengua que se habla en un determinado territorio no alcanza todos los órdenes de la convivencia. Sería absurdo negar, como no pocos hacen, que el castellano sea también una lengua propia del archipiélago. Pero a lo que iba era a otra cuestión: los ámbitos en los que la lengua resulta más bien secundaria respecto de lo que se quiere comunicar. El asunto que aún colea de los médicos y los castigos políticos que sufren si no disponen del certificado de competencia en catalán es un ejemplo sangrante. Resultaría ofensivo para el lector que hubiese que argumentar aún acerca de la evidencia de que los médicos han de saber, sobre todo, medicina. Que sean capaces de comunicarse con sus pacientes es un requisito irrenunciable pero, por lo que yo sé, eso no había supuesto jamás un problema en el archipiélago.

La nueva andanada roza ya el surrealismo. Que el Govern exija para poder inscribirse en la bolsa de trabajo temporal de la Orquesta Sinfónica de Baleares un certificado, el que sea, de lengua catalana es un despropósito crucial. Los miembros permanentes de la orquesta, a los que no les afecta ningún decreto que se saque de la manga el gobierno de Francina Armengol, hablan en cinco o seis lenguas distintas. Así que su director, japonés, se dirige a ellos en inglés, idioma que, desaparecido el latín, supone de lejos la lengua franca más utilizada en todo el planeta.

Como es natural, cuando quien deba hacer la selección de maestros destinados a sustituir de forma temporal las vacantes de la sinfónica se encuentre con los certificados B2 de catalán los va a dejar de lado. No suponen ningún indicio de la aptitud musical de quienes opten a las plazas disponibles, ni sirven en absoluto para que quede garantizada la comunicación dentro de la orquesta o, ya que estamos, fuera de ella. Las ocasiones en las que un músico deba dirigirse al público tendrán que ver con presentaciones, aclaraciones o agradecimientos, y será el director Hattori quien se encargue de hacerlo. Así que si los músicos no usan ninguna lengua para tocar el violín o el instrumento que sea, y reciben las órdenes en inglés, ¿a santo de qué la exigencia del nivel B2? Podría pensarse que es un gesto en favor de la lengua catalana, y con eso sería suficiente. Pero lo más probable es que termine por convertirse en lo contrario: en una muestra de usos fundamentalistas del poder que se regala a los enemigos del catalán. O, por decirlo aún mejor, en una afrenta contra los que ven en toda música y en cualquier lengua un patrimonio de la humanidad entera.

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