Diario de Mallorca

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Norberto Alcover

Mentiras y exageraciones

Cuando se habla y escribe sobre la "crisis del periodismo", no solamente nos referimos al hecho de la aparición un tanto sobrecogedora de la "información en internet", que ha cambiado el quehacer de la prensa tradicional, porque también estamos refiriéndonos a una patología que se denomina "información mentirosa". Las fake news. Nuestra profesión vive esta nueva patología con severa preocupación, puesto que se produce al mentir propiamente dicho (invención de informaciones), pero además a la "exageración del dato informativo", desde mi punto de vista mucho más peligrosa puesto que parte de un hecho objetivo pero lo transforma, mediante el tratamiento periodístico, en otra realidad más o menos diferente. Es cierto que el "nuevo periodismo" ha contribuido a esta situación, al mezclar en el túrmix comunicativo información y opinión, y sobre todo al determinar que el buen periodismo debe ser así, dada la subjetividad inevitable del profesional. Lo que no comparto en absoluto.

El origen de cuanto padecemos, que repito es grave, está en este afán comercial de muchos de nosotros por ampliar el "campo noticioso" mediante la creación de una "realidad exagerada o sencillamente mentirosa". Seguramente estamos a tiempo de reconducir tal enfermedad, pero no las tengo todas conmigo en tan delicado asunto, porque a esta patología periodística se une idéntica perversión publicitaria, y en general en los instrumentos de comunicación verbales cotidianos. Nos enseñan a mentir y exagerar y acabamos por practicarlo en nuestras relaciones habituales. Otra cosa es que todo esto suceda sin casi caer en la cuenta, pero la instantaneidad de nuestra sociedad obliga a vivir sobre el momento con poquísimo tiempo para reflexionar en el presente y nada digamos en el futuro. Mientras los señores de la vida y de la muerte tan contentos, desde su inalterable silencio. Y sin que nada de todo lo escrito ponga en tela de juicio la vigencia, hoy más que nunca, de un periodismo verdaderamente informativo y también opinativo. Con los matices que se quiera, pero sabiendo el lector de qué va la formalidad utilizada.

Dos hechos pueden ilustrar lo anterior. De una parte, la apabullante saturación informativa sobre la desaparición y muerte/asesinato de Gabriel, que abrió prensa escrita y nada digamos televisiva durante quince días, hasta convertirse en un auténtico paraguas que cubría en sus insistencias permanentes, toda otra noticia nacional e internacional. Está claro que se trataba de un hecho relevante por su significado ético y hasta antropológico (la personalidad de la asesina), pero también el ciudadano lector y vidente acabó intoxicado por esta cuestión, que dio lugar a una serie de apreciaciones casi morbosas. Y en segundo lugar, lo sucedido a la salida de nuestra catedral entre la reina y la reina emérita, vía infantas y sobre todo Leonor, la heredera. ¿No les parece que volvió a producirse una exageración informativa que convirtió un hecho llamativo casi en una cuestión de Estado? La monarquía al límite de sus posibilidades, Leticia mostró su verdadera identidad, Sofía maravillosa o invasora del campo reinante, los dos reyes interviniendo hartos del ejemplo familiar, los abucheos posteriores a Leticia, algunos monárquicos clásicos aprovechándose para recordarnos la plebeyez de la advenediza y otros exagerando su naturaleza popular, exageraciones en vídeo, en primeras páginas, en tertulias de todo tipo. Bien es verdad que, sobre todo, en medios de tirada nacional y en el medio televisivo. Y nada digamos de las "revistas del corazón", que un tanto más tarde reaccionaron como tigres, salvo alguna comprometida con las reales de todo tipo. Añadan nuestras propias conversaciones, discusiones, con sus inevitables "innovaciones informativas. Pobre Leticia y pobre Sofía. Y pobrecilla Leonor, que algún día comprenderá la fuerza de una fotografía en la era de la imagen absolutamente decisoria. Un gesto. Un abrazo. Una caricia. Una intervención a destiempo. En presencia nada menos que de algunos representantes religiosos que permanecen discretísimos en segundo plano.

¿Y la desinformación sobre África central, donde la gente muere sin descanso?

¿No es desinformar una forma de mentir? ¿Y nuestra percepción del conflicto sirio, sin informar y opinar abiertamente que se trata de una confrontación internacional entre EE UU y Rusia, junto a Irán y Turquía, que utilizan el campo sirio para demostrar nuevas armas y nuevas estrategias geopolíticas? ¿Y la publicidad sobre nuestros perros con olvido de la publicidad sobre los hambrientos ciudadanos? ¿Y la imperdonable fusión de información y opinión en la cuestión "catalana-estatal"? ¿Y los anuncios de contactos, manera elegante de informar de otra realidad mucho más denunciable? ¿Y las exageraciones permanentes en textos que pretenden ser irónicos y que destrozan a personas y nada digamos a personajes? ¿Y la manipulación de las noticias eclesiales en función de intereses ideológicos? ¿Y la conformación de la opinión pública que acaba siendo un producto comercial, así, juntas las dos palabras, exactamente semejante a los productos comerciales en un supermercado, porque es inducida, regulada y hasta decidida desde cualquier fuente informativa/opinativa?

El periodismo es, sobre todo, una tremenda responsabilidad social e histórica: ayuda o desayuda a confrontarnos con la realidad y con la verdad. De tal manera que todo periodismo es político. Y no en vano, la gran batalla política no está en el Parlamento; está en nuestras informaciones y opiniones? que al final redundan en las intervenciones parlamentarias que, a su vez, serán recogidas por nosotros mejor o peor. Nuestro servicio no permite frivolidades, porque siempre alguien resulta aludido para bien o para mal. Sobre todo, ustedes, lectores y lectoras. Nuestros destinatarios.

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