Diario de Mallorca

Diario de Mallorca

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Pilar Garcés

El desliz

Pilar Garcés

El currículum de Cifuentes

Como soy una ciudadana del montón, me costaría un máximo de siete segundos abrir el armario donde guardo la caja que atesora mis papeles importantes, incluidos el título universitario, las notas de la Escuela de Idiomas, el certificado de Secundaria e incluso un cuadernito muy tierno llamado Libro de Escolaridad, que contiene las calificaciones de la EGB. Son tan buenas que no sé cómo no me invisten automáticamente como presidenta de la Comunidad de Madrid. La política del Partido Popular que ocupa dicha silla pública, Cristina Cifuentes, lleva una semana de dolor y silencio muy acorde con las fechas corrientes por el escándalo desvelado por eldiario.es sobre la inclusión en su currículum de un máster cuya pulcritud no quiere, o tal vez no puede, acreditar. Se han sembrado dudas sobre si lo cursó, sobre si remitió el trabajo preceptivo para obtener el grado, sobre una modificación en sus notas a cargo de una funcionaria de otro departamento y ella no las aclara. Los ciudadanos del montón estamos más que acostumbrados a rebuscar entre nuestros documentos cuando nos llama la administración y nos pide facturas, libro de familia o lo que sea que se le ocurra, y no solemos tener la opción de dar la callada por respuesta. La callada para el resto de los mortales se interpreta como culpabilidad. Igualmente, los periodistas solemos encontrarnos con un muro de negativas, inconcreciones e invocaciones a la ley de Protección de Datos cuando tratamos de comprobar que un servidor público no engaña al pueblo desde su tarjeta de presentación. Sería muy sencillo que Cifuentes, la gran mirla blanca y esperanza de un PP enfangado en casos de corrupción de todo tipo, sacara su trabajo de fin de máster y lo enseñara, pero hay políticas que solo abren su casa y su corazón a las revistas de modas. La mera complicación de una circunstancia tan fácil de comprobar resulta acusatoria. Tal vez los rusos puedan echarle un vistazo a las redes sociales que tanto gustan a la cuestionada estudiante y poner algo de luz en este tema.

El papelillo de la universidad donde Cifuentes presumiblemente realizó su máster, la Juan Carlos I, con sus justificaciones contradictorias sobre la insólita rectificación del expediente académico; el papelón del gabinete de comunicación de la ilustre alumna, que en realidad es el de una institución, esforzándose en su defensa; el enmudecimiento del PP; la chulería de la afectada, que no da explicaciones pero anuncia querellas contra los periodistas que han investigado el caso; la falta absoluta de transparencia en la política española, en fin, que sigue sin tomarse en serio el hartazgo de la gente. No creo que ningún votante conservador decidiese el sentido de su sufragio después de comprobar que la candidata popular poseía tal o cual cursillo de financiación autonómica, o sea que la compulsión de mentir y adornar las credenciales personales debe obedecer a otras causas. Como la vanidad, o lo difícil que resulta resistirse a la tentación de aceptar regalos, sean bolsos de marcaza, payasos para fiestas infantiles o títulos que te conviertan en la reina del mambo. Los días que pasan mientras Cristina Cifuentes se empecina en que la universidad le solvente la papeleta juegan en su contra, pues su gobierno autonómico reposa en Ciudadanos y su exigencia de limpieza, y las manchas que se secan no salen. Pero lo peor del tema es el mensaje para los estudiantes españoles que en estos momentos cursan carreras o esos posgrados carísimos que constituyen un negocio redondo para quienes los imparten: los exámenes no nos igualan, y a menudo la recompensa llega sin demasiado esfuerzo.

Compartir el artículo

stats