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Las siete esquinas

Viejos

Si me preocupa el discurso del odio que se está apoderando de nosotros, es porque uno se pregunta qué pasaría en una sociedad crispada y enfrentada si de pronto dejara de salir el agua del grifo a causa de una grave sequía

Si continúa la sequía actual, en Ciudad del Cabo se van a cerrar todos los grifos cuando llegue la primavera. Incluso ahora hay mucha gente que tiene que hacer cola en las fuentes y surtidores públicos para abastecerse de agua. Siempre he pensado que los peores estallidos de violencia vendrán -toco madera- cuando se produzca un corte masivo del suministro del agua. Y si me preocupa tanto el discurso del odio que se está apoderando de nosotros, con el uso indiscriminado de noticias falsas y de simples rumores malintencionados que pretenden intoxicar la convivencia -sin olvidar la contribución de los siniestros Valtonyc de turno-, es porque uno se pregunta qué pasaría en una sociedad crispada y enfrentada si de pronto dejara de salir el agua del grifo a causa de una grave sequía como la de Sudáfrica.

Imaginen, por ejemplo, lo que podría ocurrir en Cataluña, donde hay madres -abogadas, por más señas- que difunden en los tuits que sus hijos de siete años se asustan cuando oyen la cacerolada en la que está participando su familia porque piensan, criaturas, que la policía los va a detener a todos sólo por aporrear una cazuela. El tuit, por cierto, tiene casi tres mil retuits que prueban que hay tres mil personas que sufren el mismo tipo de distorsión cognitiva (o alucinación mental, no sé muy bien cómo llamarlo). Pues bien, imaginemos esta situación de enfrentamiento en una ciudad sin agua, con el suministro cortado y con apenas unos pocos litros disponibles por ciudadano y día, y tal como se está previendo en Ciudad del Cabo si continúa la sequía. Imaginemos lo que pasaría -y con 40 grados en verano- en una sociedad que encima se ha dejado calentar la sesera por toda clase de mentiras y delirios ideológicos. Y en los dos lados, que conste.

Y eso que hay un nuevo frente ideológico que está apareciendo en los debates y del que hasta ahora no sabíamos casi nada, pero del tuve noticias por un tuit que me llegó desde no sé dónde, como casi todos los tuits: "Putos viejos. Los pensionistas se lo están llevando todo. El gasto en Sanidad también es para ellos en su mayor parte. Hay más gente de la que ocuparse en vez de los VIEJOS". El tuit era una reacción a las recientes manifestaciones de jubilados que pedían un aumento de sus pensiones. Pero lejos de solidarizarse con ellos, la persona -joven y más bien de izquierdas, a juzgar por lo que decía en otros tuits- expresaba un odio que se dirigía contra los viejos en general en unos términos despectivos que ponen los pelos de punta. Y uno se pregunta qué pasaría si a todos los frentes abiertos que tenemos -que son muchos- se le abriera este otro de un enfrentamiento entre viejos protegidos por el paraguas de las pensiones (por muy amenazas que estén) y jóvenes sometidos a la ley de la jungla de los trabajos precarios y los alquileres desorbitados. En 1969, Adolfo Bioy Casares imaginó una trama tenebrista en la que unos grupos de jóvenes furiosos secuestraban y hacían desaparecer a los viejos de Buenos Aires. La novela de Bioy Casares Diario de la guerra del cerdo- era más bien una muestra de angustia por la invasión del hedonismo juvenil de los 60 que amenazaba con arrinconar a las personas mayores. Hoy, casi cincuenta años más tarde, no es descabellado pensar en un enfrentamiento real como el que describía Bioy Casares, sobre todo si continúan deteriorándose las condiciones de vida de los más jóvenes.

En cualquier caso, se hace mucha demagogia con las pensiones. Y si cada vez es más difícil pagarlas, no es porque haya un gobierno que las haya despilfarrado -al PSOE, a Podemos o a Ciudadanos les habría pasado lo mismo que al PP si hubieran tenido que gobernar durante estos años-, sino porque los ancianos viven cada vez más años mientras que los jóvenes tienen ingresos cada vez más escasos. Además, los gastos sanitarios de los ancianos no dejan de crecer, pero este aumento del gasto no es un signo de decadencia sino de éxito social. Cualquiera que visite con frecuencia los hospitales -yo tengo que hacerlo a menudo- sabe que la mayoría de pacientes son personas mayores que requieren hospitalizaciones largas y cuidados muy costosos, aparte de que siguen cobrando puntualmente sus pensiones. Y eso, se mire como se mire, es un motivo para estar orgullosos del sistema en vez de odiarlo. Otra cosa, claro está, es lo que les pasa a los jóvenes condenados a la precariedad y a las malas perspectivas laborales. Pero esa es otra historia, una historia muy, muy distinta. Y aquí, de momento, ahora al menos parece que va a llover. Crucemos los dedos.

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