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Antonio Papell

Cuanto peor, mejor

El destino personal de Puigdemont quedaría bloqueado si el soberanismo tomase la decisión más juiciosa: la de plegarse a la lógica de la situación. Es decir, la de aceptar que los independentistas midieron mal sus fuerzas cuando llegaron a creer que el Estado español aceptaría en silencio una política de hechos consumados en relación a la independencia, o llegaría tarde a poner coto a una situación que ya se habría desbordado y vuelto irreversible.

Lo ocurrido no se ha ajustado en fin a las previsiones y la democracia ha plantado cara a los revoltosos. Tras la violación flagrante de la legalidad cometida por la mayoría parlamentaria los días 5, 6 y 7 de septiembre, en que se aprobaron las exóticas leyes del referéndum y de desconexión, y luego del referéndum ilegal del 1 de octubre, Puigdemont tensó todavía más la cuerda con Madrid. El 19 de octubre, remitía a Moncloa una misiva en la que manifestaba que si el Gobierno central persistía en impedir el diálogo y continuar la represión, el Parlament de Cataluña podría proceder, si lo estimase oportuno, a votar la declaración formal de la independencia que no votó el día 10 de octubre. El 21 de octubre, el gobierno del Estado ponía en marcha el mecanismo que activaba el artículo 155, en virtud del cual el 28 de octubre Rajoy destituía al gobierno de la Generalitat y convocaba elecciones para el 21 de diciembre. A finales de octubre, Puigdemont y cinco exconsejeros se "exiliaron" en Bruselas. Lluís Llach empezaba a hablar melodramáticamente de "gobierno catalán en el exilio". A primeros de noviembre, Junqueras entraba en prisión tras haber sido interrogado por el Tribunal Supremo, a la cabeza de un grupo de seduciosos. Era evidente que, sucediera lo que sucediese en las elecciones de diciembre, la Justicia depuraría las responsabilidades derivadas del referéndum ilegal y de la confusa declaración de independencia, una intentona golpista con clara relevancia penal ya que podrían haberse cometido delitos de sedición, de rebelión y de malversación, entre otros.

Así las cosas, era y es evidente que el Estado no ha tolerado ni va a consentir que el desenlace de las elecciones catalanas dl 21-D sea una prolongación del 'procés', ya claramente abortado y en espera de juicio. Lo cual margina absolutamente a Puigdemont, quien, en lugar de seguir el camino de Junqueras, optó por hurtarse a la acción de la Justicia, por convertirse en prófugo. Porque la mayoría nacionalista surgida de las urnas tiene dos caminos posibles, y sólo dos: la recuperación de las instituciones catalanas dentro de la legalidad, para gestionar la comunidad autónoma, o el retorno a la provocación, en cuyo caso no se levantará el artículo 155 sino que podría reforzarse su acción a través del Senado, que incluso podría suspender temporalmente la autonomía catalana.

La vuelta a la normalidad excluye en definitiva a Puigdemont, quien tan sólo desarrollaría un papel simbólico (y muy limitado, dada la nula audiencia que le presta la comunidad internacional) en el segundo caso. Es decir: la supervivencia política de Puigdemont , en todo caso efímera, pasa por mantener vivo el conflicto, por seguir actuando con marrullería, por destrozar el autogobierno y agravar, seguramente, las penas que corresponderán a quienes participaron en la cuartelada. Y esto es lo que a todas luces pretende Puigdemont en un rapto de egoísmo extremo: el 'cuanto peor, mejor', ya que el mantenimiento de la situación de excepcionalidad, el no regreso a la normalidad, le conferiría una aura heroica, al menos a los ojos de sus correligionarios más fervientes.

La apuesta por esta solución indica una abyecta bajeza moral del líder soberanista, quien ha de ser por fuerza consciente de que lanza a sus conciudadanos a una situación inestable que tendrá repercusiones graves sobre el bienestar colectivo de los catalanes (y de los españoles en su conjunto, no nos engañemos). De momento, ERC parece haberse dado cuenta de la jugada, y se resiste, pero no hay que hacerse ilusiones: una vez en el terreno surrealista de la pasión identitaria, todo puede ocurrir, por lo que será inteligente que nos preparemos para lo peor.

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