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La suerte de besar

No es país para gordas

Están las mujeres que salen en la tele y las de carne y hueso. Ésas de edades, pesos y estéticas variadas. Me gustaría que éstas también fueran visibles porque es con las que la mayoría nos identificamos

Pertenezco a la generación que creció con el referente televisivo de Rosa Mª Mateo. Los sábados por la noche, la familia se sentaba a ver Informe semanal. Un planazo. Y no es ironía. Era el día que cenábamos delante de la tele y juntos escuchábamos a Mateo introducir los reportajes. Esa expresión seria, esa mirada penetrante y esa voz nos dejaban hipnotizados. Con ella fuimos espectadores de los Juegos Olímpicos, de las victorias de Felipe González o de la detención de Luis Roldán. De año en año, alguien de mi familia decía "Está igual. No envejece". Y ahí siguió en nuestras pantallas, hasta que un día dejó de estar. Me gustaba que una mujer que, desde mi perspectiva, era relativamente madura fuera el referente de los informativos prime time. Mateo era el resultado de la suma de la experiencia y la madurez. Infundía la esperanza de que ser mayor no estaba reñido con la visibilidad y el éxito social y profesional. Al cabo de un tiempo, en una entrevista se confirmó la evidencia. "Es como si la sociedad rechazara a las mujeres mayores", dijo. La tele, ese espacio que juega un papel importantísimo a la hora de diseñar referentes sociales, no es amiga de las arrugas ni de las canas cuando de mujeres se trata.

Esto me viene a la mente la semana en que Madonna decidió publicar un autorretrato tomado desde abajo, con la boca medio abierta y ojos de cordero degollado (o de haberse bebido cien wiskis). La pedazo diva sostenía un bolso de primerísima marca y la foto, en la que de paso se le intuía un pezón, recibió cientos de críticas. La llamaron vieja, entre otras lindezas. Madonna no estaba guapa, pero tampoco lo pretendía. No parecía una adolescente recién llegada de un paseo entre tulipanes, pero parecía darle igual. Relajémonos. El mensaje maravilloso es que una mujer influyente, de 60 años, puede posar como le dé la gana en este mundo de perfección. Abran paso porque llega la actriz Itziar Castro.

Alguien a quien la revista Harper´s Bazaar ha dejado fuera del reportaje fotográfico en el que algunos candidatos al Goya posan desnudos. Castro también opta a una estatuilla por la película Pieles, pero, a diferencia del resto, es una mujer gorda. Pesa 130 kilos. "Se ve que no tengo el cuerpo deseado", decía en un tuit. Parece ser que no. Es una desgracia que los modelos femeninos estén cortados por el mismo patrón.

No todo está perdido. La coreógrafa y bailarina Mariantònia Oliver ha creado el espectáculo Las muchísimas y ha forrado el exterior del Teatre Principal de Palma con imágenes de mujeres, la mayoría de más de 60 años, enfundadas en una malla color negro. Muchas, muchísimas, que te miran fijamente desde una fachada. Cuerpos y caras de expresión serena. Con un pasado, una historia, una vida recorrida y, claro, con arrugas. Las hay más guapas que otras. Mejor peinadas, con más o menos canas, pero todas son personas reales y presentes. Pisan seguras. No esconden las carnes, la flacidez o los pechos caídos. Ese homenaje a los cuerpos de las mujeres maduras en pleno centro de la ciudad, es pedagógico. Relajante. Es el poder de la visibilidad. De mostrar a personas mayores, gordas, delgadas, canosas, de pelo largo, corto, con traseros caídos o espaldas arqueadas. Mujeres sensuales, válidas, atractivas, bellas, competentes, eróticas y, sobre todo, reales.

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