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Las mordidas nacionalistas

Existe un viejo proverbio que dicta esta sentencia incontestable: no conviene acercarse a una cabra por delante, a un caballo por detrás y a un tonto por ningún lado. El problema es que, en ocasiones, los majaderos son tantos en número que hasta ponen presidentes, como Trump; o de comunidades autónomas como Puigdemont, hasta el punto de que resulta ejercicio de inusitada complicación sortear a una legión de mentecatos. Si bien en ocasiones no hacen falta más que un puñado de cantamañanas para designar, a dedo, al presidente de la Generalitat, pues ya me dirán quién votó en su día a Puigdemont para que se pusiera al frente de Cataluña entera, como si una autonomía fuera una comunidad de vecinos o el patio de monipodio. De aquellos polvos vienen los fangos actuales, que han embarrado el terreno de juego nacional hasta convertirlo en un lodazal. Se fue Mas -ahora sabemos por qué, antes de que lo sacaran con grilletes-; cambiaron de nombre al partido -evidente también, a la vista de la sentencia del "caso Palau", que castiga una época de mordidas de las que se lucró, durante años, el nacionalismo rampante-.

Los dirigentes de Convergencia afinaban el piano mientras en los clarinetes entraba el viento que al salir se llevaba, a las sacas de los mangantes, los billetes del 3 por ciento. Antes de su huida, Puigdemont publicó un tuit que decía: "Los invasores serán expulsados de Cataluña". Antes de su muerte, Umberto Eco escribió que las

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