Diario de Mallorca

Diario de Mallorca

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Un pastelito, cariño

Es una mujer mayor que suele rondar por la zona en la que muere o nace Vía Sindicato y surge la Porta de Sant Antoni. Pide cosas, pero no cualquier cosa. Pide dinero para un pedacito de coca o para un pastelito. Hoy, sin ir más lejos, me lo ha pedido tal cual: ¿tienes algo para un pastelito, cariño? Por supuesto, me he detenido y le he dado unas monedas. Este gesto, que conste, lo hago en muy contadas ocasiones. Con sinceridad, lo digo: ella me ha convencido. Esa precisión, ese gusto por el detalle, ese saber lo que una quiere, sin duda, ha sido determinante para mi colaboración. Recuerdo una mañana en la que me sorprendió pidiéndome unas monedas para una coca de trempó. Ese trozo de coca era muy importante para ella. No sé por qué, pero la visualicé de niña, comiendo con ganas su coca preferida, agradeciendo con el brillo de sus ojos la merienda. Esos ojos y esa voz volvieron a ser los de una niña, no los de una anciana. Aunque, ya sabemos que niñez y vejez en muchas ocasiones se dan la mano. Simplemente, de niña le apetecía muchísimo desayunar o merendar, en concreto, una coca de trempó, igual que hoy sentía una necesidad urgente de comerse un pastelito. Tal vez, vaya cambiando de antojos durante la semana, pero lo cierto es que me hizo observar su absoluta predilección por esa clase de coca mallorquina. Luego, ella misma puede explicártelo si te detienes unos minutos. Te dirá que le gustan mucho los pasteles y que una de sus debilidades es la coca de trempó.

Acostumbrados a cruzarnos con pedigüeños que se limitan a extender la mano, lo cierto es que la explicación de un deseo nos ayuda a ser más desprendidos. Puede ser una estrategia por parte de la mujer, aunque da un poco lo mismo. Que se compre lo que quiera o que no compre nada. Sin embargo, en más de una ocasión la he visto entrar en una pastelería y también salir de ella con un bollo empaquetado, satisfecha tras haber adquirido al fin lo que tanta ilusión le hacía. "Un pastelito, cariño, no pido más", parece decirnos esta mujer, cuya franqueza nos desarma y conmueve. Las cosas hay que pedirlas con educación y decoro, nunca a las bravas, nos recuerda su débil voz y sus ojos brillantes y temblorosos fijados en los nuestros. Uno no es una ONG, eso está claro. Sin embargo, esa concreción en forma de pastelito o de coca de trempó nos ayuda a situarnos. No es dinero abstracto que puede que llegue a destino o no. Quien más quien menos pasa de largo cuando se topa con la presencia incómoda o, simplemente, acostumbrada de un mendigo. Lo esquivamos o nos dedicamos a desviar la mirada, no sea cosa que esos ojos que se cruzan con los nuestros nos delaten o nos acusen. La mayoría de ocasiones, apretamos el paso o, ni tan siquiera eso, pasamos de largo sin más. Su presencia evidente no deja de ser un escándalo a pesar de la costumbre.

Ahora bien, alguien que se planta ante nosotros y nos pide un poco de dinero para comprarse ese pastelito que tanto le gusta, nos cae inmediatamente simpático y, por tanto, nos vuelve mucho más predispuestos a la generosidad. Ese apetito resumido en un pastelito o en un triángulo o rectángulo de coca de trempó, sin duda, debe ser mitigado. Entre el capricho y la necesidad. Como cuando de niños exigíamos para la merienda una rebanada de pan con chocolate o, en fin, un tigretón o una pantera rosa que pedíamos con una insistencia demoledora.

Confieso que el hecho de llamarme "cariño" puede haber sido determinante. Ya saben, el cariño ayuda.

Compartir el artículo

stats