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Odio virtual y real

Parece evidente que Internet ha contribuido a extender el odio en el tejido de la sociedad civil a través de las redes sociales. Twitter y Facebook, sobre todo, facilitan a los agresivos, a los violentos, la difusión de sus ideas disolventes e inmorales, primero por la facilidad con que pueden exponerlas y difundirlas; y, segundo, por la impunidad que proporciona la relativa dificultad de la identificación del emisor?

Hay quien dice, y con dosis innegables de razón, que esta proliferación de mensajes impropios es el precio que hay que pagar por la libertad sin límites que ofrece la red, por el refuerzo que la libertad de expresión ha recibido al existir tales soportes. Pero semejante tesis ha de ser precisada: libertad no hay más que una, y es por tanto la misma la que se disfruta en el mundo real y en el virtual. Y lo mismo sucede con los delitos de odio: igualmente delictiva es la incitación al odio efectuada por escrito en un venerable periódico de papel que la que se cuelga en un tuit.

En resumidas cuentas, y aunque alguno dirá aquello de que no se puede poner puertas al campo, no queda más remedio que intentarlo con el mayor ahínco. La generación de odio en la red, el racismo repugnante, la homofobia y la xenofobia militantes deben ser perseguidos con el código penal en la mano. No puede haber zonas de impunidad en la zona de racionalidad en que vivimos, incluida la Red. Y aunque siempre habrá desaprensivos, no por ello tenemos que callar ante su presencia.

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