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Cobarde Puigdemont

Como era previsible, Puigdemont está entorpeciendo la formación de un gobierno en Cataluña, que lógicamente deberían someter a la investidura los nacionalistas. El expresidente catalán, responsable en gran medida -política y jurídicamente- de la intentona golpista que debía proclamar la República Catalana, puso tierra por medio antes de que la Justicia realizara requisitoria alguna. Era mucho más fácil, vistoso y estimulante jugar al heroísmo, dando pábulo a un pintoresco gobierno en el exilio, que afrontar la responsabilidades por los propios actos y pasar a prisión provisional.

Ahora, pretende recuperar el sillón, y para ello recurre al ardid de simular que nunca lo perdió, cuando es patente que el Estado lo destituyó cuando convocó elecciones, que fueron acatadas por todos. Las dificultades que plantea semejante pretensión son obvias, y ello dificultará la normalización de Cataluña. De una Cataluña en la que parece imponerse poco a poco el realismo, es decir, la convicción de que el independentismo forma una fuerza relevante pero no lo bastante para pretender con fundamento la secesión. Por lo que es llegado el momento de abandonar el designio romántico y revolucionario para gestionar la normalidad, trabajar por la prosperidad y devolver la estabilidad a los ciudadanos.

La actitud de Puigdemont es profundamente cobarde porque empece estos avances. A medio camino entre el histrión dramático y el payaso de feria, este sujeto elegido un día al azar para sustituir al vetado Artur Mas liga a Cataluña a un pasado desorientado que hay que superar cuanto antes.

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