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Mercè  Marrero

La suerte de besar

Mercè Marrero Fuster

Razones para ir a ver ´Coco´

Las princesitas rubias y los príncipes azules, dormir media eternidad, llevar zapatos de cristal o que usen tu larga melena para escalar a un torreón€ todo eso está ´bien´. Es posible que comiencen a surgir alternativas

Uno de los motivos más aplastantes es porque no va de príncipes ni de princesas. Por fin. Es de agradecer que una película infantil introduzca realidades más allá del amor romántico. Ratatouille ya lo hizo hace años. Planteó a los más pequeños la importancia de hacer realidad los sueños, de ser fiel a las convicciones y les acercó al mundo de la gastronomía. De los olores, los matices en los sabores, la cultura culinaria y el esfuerzo. Casi nada. Personalmente, prefiero ser una roedora apasionada de los fogones que una princesita que se pasa años dormida esperando a que la despierte el beso de un príncipe azul que pasaba por allí y a quien no conoce de nada.

'Coco' pone en valor a la familia. A las grandes familias latinas. Casi mediterráneas. Ésas en las que todos viven juntos y a veces son un poco agobiantes, pero en las que jamás te sientes sola porque todos están ahí, echándose un cable. Es un lugar en el que se respeta a los mayores y las generaciones conviven. Los vínculos, las relaciones que te recuerdan que no estás sola en esta vida son benditos tesoros.

Coco vale la pena por Miguel. Un protagonista la mar de normal. Tierno, vital y tozudo. Sin superpoderes. Un niño que siente pasión por la música, pero que le ha tocado nacer en un entorno familiar que la prohíbe. Miguel busca y necesita el reconocimiento de los que quiere. Estén muertos o vivos. ¿No lo buscamos todos? Coco vale la pena porque suenan rancheras en una película infantil. Porque trata sobre la decepción que se siente al darse cuenta de que algunas personas no son lo que parecen y el asombro al descubrir que, incluso, pueden llegar a ser mejores. Es una película de mujeres luchadoras que han aprendido a reciclarse a sí mismas cuando no les han venido bien dadas. Habla sobre el perdón, los malentendidos y el rencor. Vaya, como la vida misma.

Sobre todo, Coco tiene que verse porque es una película para niños que acerca a mayores y a pequeños a la muerte de la manera más bella posible. De la mano de las personas que un día quisieron y cuidaron a los que nos quieren y cuidan hoy. Nuestros antepasados. Seres cercanos que están a la vuelta de la esquina y nos visitan una vez al año. Esqueletos que se lo montan bastante bien y que lo único que ansían es no ser olvidados por los que hoy pululan por la tierra de los vivos. Recordar a los que hoy no están es el único antídoto para no desaparecer del todo. O, lo que es lo mismo, nadie se va completamente si alguien le recuerda. Si yo hubiese sido educada en la naturalidad de que la muerte es una continuación de la vida, habría evitado doce años de terapia (como mínimo).

Está claro que la película acaba bien. De lo contrario, yo misma incentivaría la quema de la productora. Los vivos y los muertos conviven en paz. Suena la música. Y Miguel es feliz. Querido. Alguien que siente el subidón de disfrutar haciendo lo que hace y la seguridad de que las personas a las que él quiere están orgullosas de que así sea. Coco gusta más a los adultos que a los niños, pero por algo se empieza. El cine debe educar y Coco lo hace.

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