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Dimes y diretes sobre el cigarrillo electrónico

Hace unas décadas cualquiera que se preciase, además de fornicar y leer periódicos como afirmaba Camus, fumaba. Se empezaba imitando a los amigos y, lo que era difícil en un principio de aprender -"¡Pero trágate el humo!"-, se convertía al poco en placentero hábito al que cuesta renunciar, como bien saben tanto fumadores como quienes lo fueron en su día.

Nadie pone en duda el grave riesgo para la salud que supone el consumo de tabaco aunque, para los adictos, prescindir de la nicotina no es empresa fácil. Al extremo de que se ha llegado a novelar al respecto y el libro de Italo Svevo, La conciencia de Zeno, es todo un ejemplo de los remordimientos que genera una costumbre que se quisiera abandonar una vez conocidas las evidencias sanitarias sobre sus perniciosas consecuencias. De ahí que se comercialicen productos que puedan facilitar la definitiva deshabituación: parches de nicotina, chicles€ Sin embargo, ninguno de ellos remeda el acto de fumar ni sustituye adecuadamente a ese cigarrillo que se busca con afán para disfrutar mejor del momento, concentrarse o relajarse, distraer una espera€ Y eso es, precisamente, lo que se pretende con un cigarrillo electrónico (e-cig.), que procura parecida gestualidad y disminuye el síndrome de abstinencia toda vez que también se inhala nicotina al vapear, que así llaman a la aspiración del vapor que la vehicula.

Desde su introducción hace unos años, el e-cig. se ha popularizado al extremo de que (no dispongo de datos recientes en nuestro medio), en EE UU, se calcula que lo emplean más de 14 millones de adultos y casi dos millones de adolescentes, estimándose que en 2011 suponía el 21% de entre quienes consumían algún producto derivado del tabaco. Por lo que hace a Inglaterra y según publicó en 2016 el British Medical Journal, lo usan unos 2.8 millones y el aumento en su utilización parece relacionarse con el progresivo abandono del nocivo hábito al punto de que, en el último año, 18.000 personas habrían dejado de fumar tabaco con ayuda del e-cig. y lo habrían empleado, con suerte variable, la mitad de quienes intentan engrosar las filas de exfumadores.

Se desprende de lo anterior que el e-cig. representaría una alternativa tan o más útil que otros métodos sustitutivos. De utilizarse simultáneamente con los cigarrillos comunes, contribuiría a disminuir el consumo de estos y, aisladamente, podría reducir en un 95% el riesgo para la salud (Journal Nicotine Tobacco Research, en 2015), dato alentador y que refrenda el estudio del Roswell Park Cancer Institute, publicado hace pocos meses: la exposición a la nicotina se mantiene (aunque cada vapeo con alto contenido en la misma sólo aportaría el 20% de la inhalada a través del cigarrillo convencional), pero se reduce la exposición a otros carcinógenos específicos de modo que, globalmente, el e-cig. disminuye el riesgo de cáncer, lo que no es óbice para que deban también consignarse evidencias en su contra y así, el vapeo no aporta únicamente nicotina y vapor de agua, sino también propilenglicol y otras partículas volátiles de efecto potencialmente nocivo. Por ende, el número de aspiraciones podría ser muy superior a las efectuadas cuando se usa tabaco y, en consecuencia, también se incrementaría la nicotina inhalada, a lo que cabe sumar el hecho de que la costumbre del e-cig. podría empezar a edades cada vez más precoces, aunque estudios ingleses no lo hayan constatado ni tampoco la sospecha de que, merced a él, un porcentaje significativo de ex fumadores puedan reiniciar el hábito.

Se está a la espera de los resultados que aporten estudios en curso y con adecuado seguimiento, para determinar el riesgo del e-cig. a largo plazo. Entretanto, lo aconsejable es, obviamente, no caer en el hábito de fumar y, caso de adicción, renunciar a ella cuanto antes. No obstante y de no ser capaces sin una muleta, siquiera temporal, el sucedáneo electrónico supone una alternativa a otras ayudas y, con toda probabilidad, se demostrará definitivamente su ventaja respecto al humo del tabaco, salvándose muchas vidas con su concurso.

En consecuencia, convendrá dejarse de talibanismos una vez comprobado que la ley del todo o nada no es buena solución y, si la renuncia al humo inhalado resulta difícil para muchos fumadores, del mal el menos, sumándose además la circunstancia de que el e-cig. permite la progresiva reducción en el porcentaje de nicotina hasta suprimirla por completo, con lo que se expelería humo sin ella y con el aroma que el usuario prefiera. Incluso fragancias florales, lo que induce a pensar que si se demostrara fehacientemente y en un próximo futuro su baja toxicidad, tal vez fuese oportuno aconsejar su uso a la mayoría de políticos, aunque sólo lo utilizasen, en bien de la salud, cuando se dispusieran a discursearnos. ¿Imaginan que al hablar y en lugar de demagogia, expandiesen un atractivo perfume a rosas? ¡Menudo alivio!

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